martes, 15 de diciembre de 2009
¿Por qué no escucha Felipe Calderón?
Por ello, ante la desesperación de mi comunidad que clama atención del Presidente, le envié una carta abierta en días pasados. Sin dirigirse a nadie en particular, como quien manda una carta sin destinatario, Calderón fustigó públicamente a los “ingenuos” que piden que el Estado deje de combatir al crimen organizado. Expresó que el problema no se resolverá por arte de magia y advirtió que sostendrá su estrategia.
Analistas y columnistas diversos interpretaron que el mensaje del Presidente era la respuesta a mi carta que sí tenía destinatario con nombre y apellido, el del jefe de las instituciones nacionales. Yo seguiré esperando la respuesta, a mi nombre, de Felipe Calderón Hinojosa.
Espero también que la Secretaría de Gobernación se abstenga de mandar mensajes a los directivos de los medios de comunicación para que dejen de publicar mis colaboraciones o declaraciones que incomodan al gobierno federal. Como ocurrió esta misma semana para sofocar la polémica que desató la imprudente expresión de Calderón para justificar su guerra fallida.
Con frecuencia escucho decir a quienes se acercan al Presidente, que éste no escucha, que no le gusta oír opiniones que parezcan confrontar las propias. Esas versiones parecen confirmarse con la indiferencia del primer mandatario de los mexicanos a las voces de los juarenses que piden su presencia para revisar juntos la estrategia y coordinar acciones para alcanzar la paz. Uno se pregunta ¿por qué no escucha Felipe Calderón?
Apoyo a la decisión presidencial
Desde que era presidente del PAN y ahora como presidente de la ODCA he manifestado mi apoyo a la guerra contra la delincuencia organizada declarada por el presidente Calderón. En todos los foros que he pisado, nacionales y extranjeros, ese apoyo ha sido evidente, público y publicado. Sin duda, tenemos un presidente valiente.
Sin embargo, desde hace ya año y medio comencé a advertir la necesidad de revisar la estrategia. Y en esto hay que ser muy claros: jamás he pedido que las fuerzas federales se rindan o entreguen la plaza. No solicité que el Estado se retire de esa lucha, como ha sugerido el Presidente. El esfuerzo debe seguir. Apoyo la decisión del presidente de combatir la delincuencia organizada, lo que ya no reconozco es la pertinencia y eficacia de la estrategia.
Tampoco solicité retirar el Ejército, pues reconozco y admiro su valor, su indudable capacidad y su lealtad republicana. Tengo la certeza de que los más dignos integrantes del Estado mexicano portan el uniforme castrense.
Debo señalar que me parece miope insinuar que quienes dudamos de la ofensiva gubernamental beneficiamos a los delincuentes. Todo lo contrario. Seguramente los más contentos con la actual estrategia son los criminales, porque les permite delinquir a sus anchas.
Recurrí al método de la carta abierta porque estamos ante un asunto urgente y mis reiteradas solicitudes de reunirme con el Presidente o con el Secretario de Seguridad Pública Federal no han recibido respuesta. En la ODCA hemos expresado repetidamente nuestra voluntad de colaborar y de poner a disposición del gobierno expertos de diferentes países, incluso elaboramos un documento altamente propositivo y lo enviamos de manera oficial, “101 acciones para la paz”. Es claro que nuestras iniciativas y propuestas no han caído en suelo fértil.
No es una expresión política, sino ciudadana
Mis motivos para pedirle al presidente un cambio son los mismos de millones de mexicanos. No hice esa carta como miembro de un partido: la hice como ciudadano y como padre de familia. No se trata de un acto político, sino una necesidad de vida o muerte.
Mi carta no expresa sólo una visión personal, sino el dolor humano y la indignación de grandes sectores de la población. Como bien dijo el gobernador de Chihuahua, José Reyes Baeza, mi carta expresa el sentir de muchos juarenses.
No repito el rosario de calamidades que hemos atestiguado y padecido, sólo les pido que hablen con sus conocidos de Ciudad Juárez y de todas las comunidades agobiadas por la violencia para que ellos personalmente les digan lo que realmente está pasando, el tributo de sangre y miedo que estamos pagando por el empecinamiento de sostener una estrategia fallida que, por la pertinacia presidencial puede tornarse suicida. Más allá de los spots de optimismo, más allá de las declaraciones políticas vehementes de Calderón, hay una tragedia cotidiana que está desgarrando el rostro de varios estados de la República.
¿Sabe la verdad el presidente?
Temo que le estén ocultando información al Presidente. Pareciera no conocer la gravedad que han alcanzado no sólo las ejecuciones, sino también la violencia generalizada y cotidiana. Algunos creen que el Presidente es insensible al dolor de los ciudadanos honestos que son víctimas colaterales de la guerra que él inició; yo espero que no sea así. Espero, por el contrario, que la información no esté fluyendo a causa de sus subordinados.
Estoy seguro de que si Felipe Calderón realmente conociera el trágico saldo humano de la guerra contra el crimen ordenaría cambiar la estrategia ipso facto. Por ello, tengo razones para desconfiar de algunos funcionarios que tienen el deber de informarlo.
Mi deber como ciudadano, como panista y como hombre, es hablarle al presidente con la verdad. Quizá otros ya le agarraron gusto a la mordaza, por conservar sus cargos o por conveniencia política. Ese no es mi talante. Mis principios políticos y personales me obligan a informarle a nuestro presidente qué es lo que está sucediendo.
No queremos que al “haiga sido como haiga sido” se sume un “cueste lo que cueste”, porque esta guerra ha costado demasiada sangre, demasiados muertos, demasiado dolor. Y no hablo sólo de los criminales, sino de las víctimas de las balas perdidas, de los inocentes atrapados en el fuego cruzado, de quienes ven esfumarse su patrimonio y su tranquilidad por el secuestro y la extorsión.
lunes, 7 de diciembre de 2009
Ciudad Juárez: violencia que no se desea a México
El 8 de diciembre de 1659 un puñado de hombres vaticinó para estas tierras septentrionales un futuro promisorio y, en un acto de esperanza, fundó el cimiento histórico, espiritual y político de Ciudad Juárez: la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Río del Norte. Pudo más su fe en los primeros habitantes de la frontera que lo agreste del paisaje y la crudeza del invierno.
350 inviernos después, Ciudad Juárez se ha convertido en una tragedia que simboliza y aúna todas las tragedias que padece nuestra República, en un emblema nacional e internacional de los yerros de la estrategia contra el crimen organizado y de las amenazas a la viabilidad del Estado mexicano y al futuro de la patria.
La frontera fuerte
Ciudad Juárez es una comunidad con una vocación laboral reconocida internacionalmente. En las últimas décadas, su nivel de desempleo siempre ha sido de los menores —y muchas veces el menor— de todo México. Esta bonanza ha hecho de la ciudad una tierra de promesas casi siempre cumplidas para migrantes de todo el país y también del extranjero, catapultando a Chihuahua a los primeros sitios de productividad entre los estados de la República.
Al tener afianzadas raíces culturales en varios países y en miles de comunidades mexicanas, los juarenses hicieron de la hospitalidad y el respeto a la diversidad sus valores esenciales. Por ello, forjaron una sociedad que se distingue por su pluralidad y su tolerancia ante las variadas expresiones religiosas, sexuales y políticas del ser humano.
El éxodo del miedo
Considerando estos brillantes antecedentes, ¿cómo se explica que 3 mil familias hayan abandonado Ciudad Juárez durante este año para irse a vivir a El Paso, Texas? Repito la cifra por su peso y su dureza: 3 mil familias han emprendido un éxodo de miedo y desesperanza.
La primera parte de la respuesta está en otro dato, igualmente desgarrador: Ciudad Juárez es la comunidad más violenta de todo el mundo.
En un estudio conducido por el Consejo Ciudadano Para la Seguridad Pública, bajo el reconocido indicador internacional de “homicidios por cada 100 mil habitantes”, en 2008 Ciudad Juárez ocupó el primer lugar, con 130, seguida por Caracas, con 96, y Nueva Orleans, con 95.
La segunda parte de la respuesta se encuentra en un acto de gobierno: la declaración de guerra al crimen organizado hecha por el presidente Felipe Calderón.
Aunque Ciudad Juárez ha sido desde hace décadas el campo de batalla en el que diversos grupos del crimen organizado dirimen sus diferencias, la violencia que ejercían era mucho menor a la actual. Antes de la guerra el promedio de ejecuciones era alto y evidenciaba una crisis: 6 diarias. Sin embargo, la gran mayoría de la población no padecía sus consecuencias.
Ese promedio no sólo se ha disparado (durante el presente año aproximadamente 13 personas han sido ejecutadas diariamente), también lo han hecho los delitos que verdaderamente agravian al grueso de los ciudadanos.
El delito del secuestro no se ha duplicado o multiplicado en un 100 o un 200 por ciento. No, según datos extra oficiales, desde que el presidente Calderón inició su campaña bélica el secuestro en Ciudad Juárez se ha multiplicado en un 5 mil por ciento. No sólo las personas ricas temen al secuestro, miles de personas de clase media y clase baja han sido arrebatadas a sus familiares. Es por ello que las calles se encuentran desiertas a partir de las siete de la tarde y aun durante el día muchas personas optan por no salir de sus hogares.
En las cifras de extorsión no hay comparativo alguno: este delito era prácticamente inexistente y hoy son pocos los juarenses que no lo han sufrido. Las víctimas no son únicamente empresarios o dueños de negocios altamente lucrativos, no: personas de todos los estratos sociales lo padecen. Incluso hay padres de familia en zonas populares que han sido obligados a pagar para que las escuelas hijos no sean ametralladas.
Por ello, en este aniversario de la fundación de la ciudad los juarenses enfrentamos un futuro de incertidumbre y riesgos sin precedentes.
En el horizonte acechan una serie de riesgos inconmensurables. El riesgo del colapso económico, injustificable en una comunidad que siempre se distingue por capacidad productiva de clase mundial. El riesgo del colapso político y de la arquitectura del Estado, que se agravará en caso de que se celebren las elecciones locales programadas para el próximo año. Y —lo más grave de todo— el riesgo de colapso social, alimentado por la escasa convivencia que hay en la ciudad.
Esta agenda de riesgos no es privativa de Juárez. En menor grado, todo México los enfrenta.
El cambio urgente
Hace año y medio declaré que el gobierno federal debería revisar la estrategia de combate al crimen organizado. De manera respetuosa, sugerí considerar la posibilidad de cambiar el rumbo y atacar al crimen organizado con un método más efectivo y menos costoso en términos humanos.
Hoy ese señalamiento ya no es sólo una sugerencia, es una demanda de todos los habitantes de la frontera, una exigencia que nace de los evidentes resultados de esa guerra. Me preocupa que el presidente Calderón no vea lo que para todos está a la vista: estamos ante una guerra fallida, ante un estéril y vano derramamiento de sangre.
No cambiar la estrategia y persistir en el enfrentamiento me parece una necedad, una acción que no se justifica por sus resultados sino tan sólo por empecinamiento y orgullo. Y para mantener intacto ese orgullo los ciudadanos pagan con sangre, rinden un tributo de muerte y desesperanza.
Reitero que me parece loable la decisión presidencial de iniciar esta guerra, pero no así su estrategia; como ciudadano, como padre de familia de un hogar asentado en Ciudad Juárez, los resultados no los agradezco, los deploro.
También me pareció acertado, y hasta patriota, anunciar que estábamos ante una guerra que iba a costar vidas. No sabía que serían tantas. Hoy pregunto, ¿cuántos muertos más, señor Presidente? ¿Cuántas familias más tienen que exiliarse? ¿Otra tres mil? ¿Cuántos niños y jóvenes más tienen que seguir viviendo presas del terror?
Mis hijos ya no pueden salir a divertirse como los muchachos de cualquier ciudad. Ya hemos sido víctimas de asaltos. Hemos escuchado varias balaceras. Amigos míos han sido secuestrados y conocemos personas que fueron ejecutadas. Incluso mi hogar fue invadido por soldados. Y hoy estamos amenazados de secuestro si no pagamos “la cuota”. Esos son los resultados de la guerra contra el crimen que padecemos, el ambiente en el que conmemoraremos este aniversario de la fundación de nuestra ciudad.
Raíces de orgullo y fortaleza
Desde un principio, Ciudad Juárez ha sido, en todos sentidos, una misión.
No es casualidad que esta comunidad haya persistido y prosperado en uno de los ambientes desérticos más agrestes del país. Tampoco que haya prevalecido —solitaria, alejada de los poderes centrales y rodeada de un mar de arena— tras el acoso de los fieros guerreros apaches, el Porfiriato y la Revolución.
Tampoco es casualidad que grandes héroes de la historia patria se hayan nutrido en territorio juarense durante momentos clave de sus luchas. Juárez, Madero, Villa, encontraron en la frontera un lugar para volver a empezar.
No es casualidad porque el carácter nunca es casualidad, porque la fortaleza bárbara de la frontera era, es y seguirá siendo indomable. Seguramente cuando revisemos el actual momento de nuestra historia escribiremos que prevalecimos en una guerra más, esta vez contra la delincuencia organizada. Juárez escribirá otro libro y no será una visión de los vencidos.
Pero la frontera necesita apoyo. Necesita la sensibilidad humana y el respaldo del hombre que desató esta guerra, nuestro Presidente. Necesita un cambio de estrategia que abra camino a la paz y nos permita volver a empezar.
lunes, 30 de noviembre de 2009
Ejército Mexicano, un digno pilar del Estado
Lealtad y disciplina, valentía y unidad, son notas que la historia registra como características de nuestro Ejército. Por su fidelidad a su papel constitucional, por la falta de ambiciones políticas y el respeto al poder civil, podemos afirmar con profunda convicción que las fuerzas armadas son un pétreo pilar de nuestro Estado.
Como presidente de una institución continental he recorrido Latinoamérica y acudido a países europeos en labores oficiales. Así he atestiguado qué tan diferente y qué tan positiva es para nuestra nación la figura del militar, comparada con la gran mayoría de los países del mundo occidental.
Durante los últimos 75 años todos los ejércitos de América Latina han perpetrado golpes de Estado, menos el mexicano. Pinochet, Castelo Branco, Stroessner, Somoza, Videla, Trujillo, Chávez, son tan sólo algunos de las decenas de dictadores militares latinoamericanos. Para orgullo y beneficio de nuestro pueblo, en esa lista de vergüenza no figura ningún miembro del respetabilísimo Ejército Mexicano.
Especialmente significativo y loable es que el Ejército, conciente de su papel en el Estado, mostrara una respetuosa distancia durante el tortuoso, largo y lento proceso de transición a la democracia. Su desempeño fue siempre respetuoso de las instituciones y apegado a sus propias leyes. Como prevé nuestra Carta Magna.
Contra lo que los agoreros del autoritarismo vaticinaban, los fusiles y las tanquetas permanecieron en los cuarteles cuando la primera gubernatura fue conquistada por el PAN hace ya veinte años. También cuando el PRI fue obligado a salir de Los Pinos por la vía de los votos. Muy por el contrario, la entereza y gallardía de las fuerzas armadas contribuyeron a preservar los equilibrios y la fortaleza de un Estado cuando los procesos dinámicos de ajuste social y del viejo sistema político avanzaban con paso vacilante hacia el ideal democrático.
Conociendo la eficiencia y profesionalismo castrenses, y sabiendo que su participación sería un testimonio de lealtad a México, como presidente del PAN propicié que varios miembros activos de las fuerzas armadas fueran, por primera vez desde Acción Nacional, diputados federales. Antes, en mi cargo de presidente de la Comisión de Defensa Nacional de San Lázaro tuve muy presente la gratitud que los mexicanos debemos a nuestros militares y apoyé las reformas legales solicitadas por ellos por conducto del Ejecutivo Federal.
Un genuino ejército del pueblo
Al igual que el ejército napoléonico, el mexicano tiene un origen revolucionario y una base popular. Mientras en otros países latinoamericanos los militares constituyen castas cerradas y ajenas a la realidad de la población, el nuestro es una casa de puertas abiertas: cualquier ciudadano, sin importar su sexo, su origen étnico, su condición social o su estatus económico, tiene la posibilidad de formar parte de las fuerzas armadas. Bien podría decirse que en ellas hay una auténtica representación popular con devoción republicana.
Seguramente por ello, nuestro Ejército se distingue por servir solidariamente a la población. De sus tres planes estratégicos primordiales, el más frecuentemente implementado es el DN-III-E: asistencia a las comunidades que sufren inundaciones, terremotos y demás desastres naturales. Bajo este esquema incluso se han hecho incursiones militares solidarias en otros países de América Latina, en Asia y en Estados Unidos.
Ruptura histórica
Sin embargo, algo ha fallado en los últimos años. Se ha ordenado a los uniformados ejercer funciones que no les son propias y para las que no tienen la preparación adecuada, con un número de efectivos sin precedente y con una estrategia que, juzgándola por sus frutos, ha sido concebida erróneamente. Ha fallado no por la ineficacia de sus ejecutores, sino por lo erróneo de su diseño a cargo del poder político: El del Ejecutivo Federal, que unilateralmente y sin siquiera pedir opinión a los gobernadores de las Entidades Federativas, emprendió una lucha valiente y loable, pero fuera de foco, de tiempo y de lugar.
Esta inédita situación ha colocado a miles de soldados mexicanos en condiciones impropias para el canon castrense, el que les impele a pensar primero que nada en México. Incluso han incurrido en excesos involuntarios y atropellos que demeritan gravemente su insigne trayectoria. Casos de violaciones —presuntas y comprobadas— a los derechos humanos de civiles por parte de militares son hoy una constante en el debate nacional.
Nunca se había visto en nuestra historia reciente un abucheo a miembros del Ejército, como ha llegado a ocurrir, atentando contra su fortaleza moral. En los peores frentes de la guerra contra el narcotráfico, la admiración al verde olivo ha sido sustituida a menudo por el miedo. Al saldo de dolor y sangre que esta guerra injustificada nos ha dejado a los mexicanos, se suma el saldo de humillación al que inmerecidamente se ha expuesto a nuestro glorioso Ejército, destacado por su amplia conciencia social.
Ante este grave escenario es justo recordar que la lealtad es un camino de dos vías: así como el militar ha sido leal con el político, el político debe serlo con el militar. El poder civil también está obligado a respetar al poder castrense, aunque sea su subordinado.
Este es un tema que merece una profunda reflexión en las más altas esferas gubernamentales, sobre todo considerando el severo desgaste al que ha sido sometido el prestigio marcial por obedecer en la guerra contra el crimen organizado —como es su deber— las órdenes del Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas.
Parafraseando y reinterpretando a un clásico de la estrategia militar, Von Clausewitz: ¿Estamos ante una guerra que es la continuación de la política por otros medios? ¿Al combatir el narcotráfico se persiguen también objetivos políticos? Sería muy grave que resultara cierta esa tesis tan frecuentemente esgrimida y que cada día cobra mayor sentido.
Apostar el honor del soldado mexicano, su orgullo de origen y su espíritu de colaboración en una aventura política, así como ir a contrapelo de sus mejores tradiciones, no sólo desgasta a las instituciones militares, también mina su arquitectura estatal e institucional. De cara al 2010, en el que ya muchas voces advierten la amenaza de brotes subversivos, es imperativo contar con fuerzas armadas respaldadas por la confianza y la aprobación de la ciudadanía. Sólo así los hombres de armas podrán cumplir cabalmente con su papel constitucional primordial.
Si el Ejército no militariza la política, el gobernante no debe politizar a los militares. No se pueden usar las armas como herramienta política o como prótesis emocional. El riesgo es máximo. Es prudente, urgente e imperativo dar a las fuerzas armadas su lugar en el recto orden del Estado, para que puedan seguir contribuyendo a crear un México más seguro, con respeto a la dignidad de las personas y justicia para todos.
Muy lejos de los resultados esperados, la Presidencia de la República decidió al fin, según se dio a conocer en la reunión de la Operación Conjunta Chihuahua el pasado 27 de noviembre, retirar al Ejército de Ciudad Juárez. Sin su generosa presencia patrullando las calles, los habitantes de esa frontera tendrán que volver a empezar a rescatar sus espacios comunes desde una estrategia que no esté contaminada de intereses políticos. Ojalá cuenten con el apoyo inteligente y previsor, sin precipitaciones fallidas, de los tres órdenes de gobierno en lo que parece una sensata reconsideración del Presidente Felipe Calderón. Ya era hora y esperemos que el ajuste estratégico abarque todo el territorio nacional.
lunes, 23 de noviembre de 2009
El costo humano de la guerra contra el crimen
Juan Pablo II
De manera pública y publicada, he enaltecido reiteradamente el arrojo de nuestro Presidente y su voluntad de enfrentar al crimen organizado. La Organización Demócrata Cristiana de América, que me honro en presidir, ha celebrado diversos eventos sobre el tema, principalmente los foros internacionales “Inseguridad, dolor evitable” en México y en Colombia. En ellos y en otros foros realizados en diversas partes del mundo, invariablemente he reconocido a nuestro Presidente, ofreciéndole apoyo y acompañamiento. Ahí hemos generado propuestas de qué hacer para resolver la crisis de inseguridad. En otros países hemos podido aportar un consejo útil a sus gobiernos que, cuando lo han considerado pertinente, sin falsos orgullos han atendido recomendaciones y agradecido los resultados. En el nuestro no ha sido posible.
Apoyar y estar de acuerdo en lo fundamental con el presidente Calderón no nos impide ver que algo está fallando. Es evidente que la estrategia de combate al crimen es inadecuada. Está fuera de foco, dirigida hacia las consecuencias y no hacia las causas. Día a día vemos sus resultados y su desgarrador costo en sangre.
Combatir al narco, ¿decisión política?
Conforme crece la numeralia de la violencia, más eco tiene la tesis de que esta guerra persigue objetivos políticos y más se cuestionan las razones para librarla, exhibidas por las voces del gobierno federal. Aunque damos un voto de confianza a nuestro presidente, no podemos sino señalar que sería muy grave que tales cuestionamientos fueran acertados.
Por ese camino de suspicacia avanza el segundo libro de Rubén Aguilar y Jorge G. Castañeda, “El narco: la guerra fallida”. Estos reconocidos políticos y académicos desmontan los principales argumentos que el Ejecutivo Federal ha esgrimido para justificar la guerra.
Es especialmente ilustrativo que el supuesto aumento en el consumo y en la disponibilidad de drogas no haya tenido un salto que justifique la guerra. Los autores afirman que “los datos ponen de manifiesto que en México el consumo de drogas ilícitas no ha subido de manera significativa en los últimos diez años”; tampoco existe una mayor disponibilidad en las escuelas; no hay elementos para fundar esta guerra “en el consumo y la venta que se hace a los niños o a los jóvenes. Según los datos del propio gobierno, esto no ocurre”.
También se refuta que la violencia haya hecho necesario desencadenar esta guerra. Datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública y del Consejo Nacional de Población indican que los homicidios per cápita han decrecido casi 20% en los últimos 9 años. México es el país con menos homicidios dolosos de toda América Latina. En palabras de Aguilar y Castañeda, “nuevamente, los números del gobierno refutan su propia tesis”.
Los autores contradicen de manera contundente los argumentos de que la pérdida de control territorial y la corrupción del aparato del Estado tornaron indispensable librar la guerra. Estoy de acuerdo con ellos. Conviene recordarle a Felipe Calderón que la guerra es siempre el peor camino para alcanzar la paz.
Tampoco es cierto que combatir al narcotráfico fuera una prioridad social. Cuando ello ocurrió había otras prioridades, como la atención a la crisis económica. Existía en la gente una preocupación por la violencia y la criminalidad, pero no por la que proviene de los cárteles sino por la que estaba vinculada al secuestro, el robo y los asaltos, delitos a los que estamos expuestos todos los ciudadanos.
Valdría la pena que el gobierno hiciera una réplica contundente a este texto, para fortalecer la confianza en que esta lucha se libra por razones justificadas, válidas y comprobables. O bien, reconocer que no se está en el camino correcto y corregir el rumbo de esta dolorosa marcha de sangre.
Dolor evitable
Como un habitante más de Ciudad Juárez, vivo en uno de los frentes de la guerra iniciada por el presidente Calderón. He sido testigo de que hasta los más pequeños negocios sufren extorsiones: tiendas de abarrotes, gasolineras, fondas... Médicos, abogados, dentistas, tienen que pagar “protección”; también trabajadores de las maquiladoras.
Incluso hay padres de familia que se han visto obligados a desembolsar cuotas para que las escuelas de sus hijos no sean blanco de los infames “cuernos de chivo”. Y este dinero exigido por los delincuentes se ha dado en medio de la peor crisis económica en la historia de la frontera: son innumerables los empleos perdidos y las empresas quebradas.
Es especialmente preocupante que los juarenses no tengan ya espacios para convivir. Son pocos los restaurantes, locales para fiestas o bares que se mantienen abiertos, pero ninguno puede considerarse seguro. Y aunque este hecho podría parecer frívolo, es necesario recordar que en esos espacios se entreteje la convivencia que da vida a una comunidad. ¿Qué futuro nos espera cuando ni siquiera podemos celebrar una boda, una primera comunión, una graduación o un cumpleaños sin miedo a ser asesinados? ¿Qué esperanza queda a nuestros jóvenes cuando ni en sus escuelas están seguros y sólo pueden convivir tranquilamente dentro de sus casas? Y en ocasiones ni eso, les consta a mis hijos.
Todos los que vivimos en Ciudad Juárez hemos sido heridos por esta guerra. Han muerto muchos narcotraficantes, sí, pero también han muerto inocentes y ha muerto nuestra tranquilidad, nuestra paz y el equilibrio emocional de muchos niños y adultos.
Extorsionado, atemorizado, sin fe en su gobierno, el pueblo juarense se aferra a su dignidad, a esa inquebrantable fuerza que lo ha hecho escribir luminosas páginas en la historia patria.
Felicito a este mi pueblo adoptivo por su fortaleza y valentía. Sin embargo, nuestra fuerza es vasta, más no infinita. Urge un cambio de rumbo, un giro radical en la estrategia del gobierno federal. Hay que enfrentar al narcotráfico no como un problema de seguridad, sino como un problema de salud; concebir al adicto no como un delincuente, sino como un enfermo que merece nuestra ayuda.
Necesitamos más programas de prevención y menos armas; necesitamos más clínicas y menos retenes; necesitamos un enfoque más humano y menos bélico. Necesitamos no una guerra de fuego y sangre, sino una paz construida con paciencia a través de la educación, el enriquecimiento de los valores familiares y los lazos sociales. Necesitamos volver a empezar.
jueves, 19 de noviembre de 2009
Ética periodística y evolución democrática
Quienes trabajamos por México, esperamos que esa expresión sea honrada con los hechos, porque con muchos periodistas nos pasa lo mismo que con la mayoría de los políticos: hasta nos sorprende cuando dicen la verdad.
Lamentablemente, algunos comunicadores no han estado a la altura del avance democrático de la República. Y aquí de nuevo es válido el símil con una clase política incapaz de sacudirse sus viejos hábitos: el secretismo, el culto al poder, las alianzas oscuras, el materialismo rampante y el uso patrimonial y electorero de los bienes públicos (que lo son tanto el Estado como la información).
En la larga marcha de los mexicanos hacia la democracia muchos comunicadores se han quedado atrás. No están a tono con el avance de la sociedad. Recordemos que el sentido social de la información se desfigura cuando se altera y se oculta. Hablo de las plumas pagadas, de la autocensura, de los testaferros, de las notas vendidas, de la tenue línea entre periodismo y propaganda que tantas veces es cruzada.
Pero hablo también del doloroso contraste de muchos periodistas de cóctel con los héroes que hacen su trabajo en las peores condiciones posibles, en un ambiente de violencia que no los amedrenta.
Todo periodista que cubre la guerra contra el crimen organizado sabe de lo que estoy hablando y de lo mucho que les debemos. Es admirable el servicio que prestan al proveernos de información indispensable para comprender a nuestra sociedad, aun a costa de su propia vida y a pesar de que el Estado no cumple su obligación esencial de brindarles seguridad. 53 periodistas fueron asesinados en México del año 2000 al 2009, ocho de ellos tan sólo en los últimos seis meses.
Este espíritu de sacrificio nos hace comprender por qué Gabriel García Márquez definió al periodismo como “el mejor oficio del mundo”, en su famoso discurso ante la Sociedad Interamericana de Prensa.
El ánimo mercantilista de otros, por el contrario, nos trae a la mente la sentencia del “mejor reportero del mundo”, Ryszard Kapuscinski, de que “los cínicos no sirven para este oficio”. Porque es precisamente cinismo lo que muchas veces atestiguamos.
La experiencia me ha enseñado que desde las cumbres del poder público también se pueden cerrar los espacios periodísticos a quienes ejercemos el derecho a disentir, por motivaciones políticas y no por razones editoriales.
En varias ocasiones han intentado callarme, cancelando mis colaboraciones con medios impresos nacionales y locales; también me sucedió en la radio. Aprendí que los intereses extra-periodísticos pueden convertir a los medios en “dependencias” gubernamentales, en el sentido literal de la palabra.
Medios frente al crimen organizado: la verdad bajo fuego
Durante el II Foro Internacional “Inseguridad, dolor evitable”, celebrado en Ciudad Juárez, se elaboraron una serie de propuestas para los medios de comunicación consignadas en el documento “101 acciones para la paz”.
Dichas propuestas reflejan una profunda preocupación de la comunidad internacional por los comunicadores mexicanos, por su trabajo y por el decisivo impacto que tienen en la vida social de nuestras comunidades.
En la frontera, los periodistas prácticamente son corresponsales de guerra y, al mismo tiempo, se enfrentan al delicado deber de guardar un equilibrio informativo que airee la verdad sin exagerarla. No es tarea fácil y por ello cuentan con la admiración de propios y extraños. Aquí se está dando un ejemplo de cómo la prensa sirve a los gobernados, no a los gobernantes.
Responsabilidad democrática de periodistas y políticos
Los políticos no somos los únicos con la obligación de proteger la democracia. El riesgo de una regresión autoritaria se incrementa cada vez que un comunicador renuncia a ejercer su libertad y se cobija en el poder, cediendo a los caprichos de los encumbrados. Con ello, el atentado contra el derecho a la información de los ciudadanos no sólo lo perpetra el gobernante, sino también el comunicador.
Por todo lo anterior, espacios de reflexión como el que se abrió en Veracruz y ejemplos como el que nos dan muchos reporteros han salido del terreno de lo necesario para entrar en el de lo indispensable.
Es insustituible la capacidad de los medios para hacer más largos y más anchos los caminos por los que avanza nuestra comprensión de la vida social. Ante un país con severas crisis, de las cuales la económica y la de seguridad son las más graves pero ni por mucho las únicas, lo menos que necesitamos es que una crisis de credibilidad plague a los comunicadores.
Muy por el contrario, el mejor periodismo le es hoy indispensable a México. Porque en la medida que los periodistas sean independientes y libres, también lo serán las conciencias de los mexicanos.
martes, 10 de noviembre de 2009
Solidaridad activa y “jodidez”
8 de noviembre de 2009
La pobreza también es una forma de violencia que campea en nuestra República. Los requisitos mínimos e indispensables para vivir con dignidad humana y consolidar la tranquilidad familiar son un sueño para la mayoría de los mexicanos. Según el Banco Mundial, en nuestro país durante el último año por lo menos 4.2 millones de personas más cayeron en la pobreza. Con dolor, podemos ver que 51 por ciento de nuestros compatriotas son pobres.
A esta injusticia social se suma, pues no es lo mismo, un estado de jodidez que lastra el desarrollo de personas, de familias y de la nación entera.
Para muchos políticos pobreza y jodidez son sinónimos, no logran entender la diferencia. Esto no sólo muestra lo lejos que están del lenguaje popular del mexicano, sino lo estrecha que es su visión de nuestro país y su cultura. De hecho, en ocasiones los pobres no son los jodidos, sino quienes los mantienen en la pobreza y les impiden desarrollarse.
La jodidez es una incultura destructiva y autodestructiva que en ocasiones se entrecruza con la economía, pero va mucho más allá y tiene consecuencias aún más dañinas que la pobreza de bienes materiales, pues carcome nuestra confianza comunitaria, nuestros lazos cívicos y nuestra fe en nosotros mismos, como ciudadanos y como miembros de una sociedad.
En una reunión que tuve la semana pasada con más de cien líderes populares de todo el país, llegamos a la conclusión de que la jodidez –palabra que causa asombro a muchos hipócritas y puritanos- es la falta de respeto, de moral, de principios, de cultura cívica y valores; la desadaptación; la falta de ambición de progresar y de tener éxito; el odiar al que tiene sin luchar por la propia superación; el criticar sin actuar y el “agandalle”.
En México los ejemplos de jodidez, por desgracia, son tan abundantes como patéticos. La vemos en quienes se quejan de la inseguridad en sus barrios pero cuando ven una patrulla la apedrean o insultan a los policías.
Hay jodidez en quejarse de que las calles están sucias y aún así seguir tirando basura; en quienes critican a su ayuntamiento porque no hay alumbrado público pero, cuando lo instalan, quiebran los focos y se roban el cable; en quienes impiden que los parques y las plazas sean lugares de convivencia sana y familiar, pues los ensucian, los llenan de graffiti y los convierten en espacios propicios para el uso de drogas y alcohol.
La jodidez está en un Congreso que en vez de solucionar los problemas nacionales se ha convertido en uno de ellos. Descuella en una institución excesivamente cara y partidizada, con 500 diputados y 128 senadores, en la que prevalecen la maniobra oscura y el acuerdo soterrado, la operación de intereses coyunturales, particulares y políticos, relegando la búsqueda del bienestar nacional. La hay también en aumentar los impuestos a quienes menos tienen y, con ello, hacer de la legislación fiscal un obstáculo para el desarrollo económico y una herramienta de política electoral.
Quienes padecen la pobreza no necesariamente son los jodidos, aunque los demagogos siempre lo son: esos que utilizan a las personas pobres para vestir plazas y llenar urnas cada trienio y cada sexenio, aprovechándose de la esperanza de la gente con promesas de campaña que jamás son cumplidas.
Hay más jodidez en los actos de ilegalidad gubernamental que en muchas colonias populares. En la corrupción, que desvirtúa a los Estados y los aleja de su razón de ser esencial: garantizar la seguridad y propiciar el bienestar general.
El común denominador de todos estos actos es su talante autodestructivo. El ciudadano que arruina el patrimonio público, el político que claudica en su deber de salvaguardar el interés nacional y el funcionario corrupto son sumamente parecidos: envenenan su propia casa, destruyen a la comunidad de la que todos formamos partes, incluyéndolos a ellos.
Por todo lo anterior, la jodidez es mucho peor que la pobreza, pues disminuye nuestra capacidad de comprometernos con la sociedad, de poner todas las facultades que nos hacen seres humanos al servicio del otro y de la comunidad, de mantenernos sensibles ante el dolor de los demás.
Afortunadamente, ha surgido en nuestro país un movimiento de expresión social de corte humanista con la misión explícita de “generar cultura de solidaridad y transitar de las actuales condiciones de pobreza y autodestrucción en ámbitos populares hacia mejores condiciones de vida”.
Esta nueva organización, llamada Solidaridad Activa Popular, busca agrupar y encauzar liderazgos y equipos que pugnan por un cambio positivo. Entre ellos hay líderes de transportistas, de vendedores ambulantes, de pepenadores, de luchadores, de boxeadores, de pandillas, de prostitutas, de limpia-parabrisas, de eloteros, de abarroteros, de cholos, de tragafuegos, de microbuseros y de taxistas, entre otros muchos.
Dejando muy en claro que éste es un movimiento al margen de partidos y de proyectos políticos, he asumido el compromiso de asesorarlos y de gestionar apoyos para sus causas, tan generosas como necesarias.
Menciono este caso como un ejemplo de que nuestro país no necesita movimientos prefabricados ni agrupaciones creadas desde lo alto del poder político, sino desde abajo y desde el corazón, desde la tierra patria que nutre a las causas populares.
Ya ha quedado establecido que hay retos más grandes que los gobiernos y más grandes que los partidos, pero nunca más grandes que el espíritu solidario del mexicano. Uno de estos retos es combatir la pobreza y la miseria física y moral de nuestro pueblo, buscando hacer efectivo el derecho sagrado a la justicia social.
Porque así, juntos, con un talante subsidiario, podemos vigorizar nuestra cultura cívica, rescatar la identidad y la autoestima de los mexicanos, para crear un país con respeto y armonía social, pues la solidaridad activa es nuestra mejor arma para erradicar la jodidez.
martes, 3 de noviembre de 2009
Ciudad Juárez: Razón de Estado
1 de noviembre de 2009
El clamor de los juarenses por paz y seguridad ha recibido la respuesta solidaria de los pueblos de América. Gracias a la convocatoria lanzada por la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), se celebró en nuestra ciudad el II Foro Internacional “Inseguridad, dolor evitable”, en agosto pasado.
Con un enfoque más ciudadano y social que oficial y gubernamental, congregamos a autoridades, académicos, integrantes de la sociedad civil organizada, líderes políticos y especialistas de seguridad pública provenientes de 22 países.
Dicha diversidad de naciones se vio reflejada en la pluralidad política de quienes aceptaron venir a colaborar con este constructivo trabajo. Nuestros esfuerzos no sólo estuvieron al margen, sino muy por encima de los partidos y los gobiernos, de la politiquería o las cautelas electorales.
Todo lo contrario. Desde un principio tuvimos como objetivo toral ser propositivos, colaborar, señalar caminos y alternativas para trabajar por la pacificación de nuestra comunidad.
Con esta visión siempre presente, nuestros invitados hicieron una solidaria “Declaración de Ciudad Juárez” y elaboraron una serie de propuestas plasmadas en el documento “101 acciones para la paz”.
Este documento no es uno más de los muchos que se han hecho sobre la frontera. Destaca por ser producto del pensamiento plural y reflejar experiencias internacionales exitosas, también por no tener sello partidista o gubernamental; pero, sobre todo, brilla en sus páginas la impronta del humanismo y un gran sentido práctico.
Cualquier persona que lo lea —desde un padre de familia hasta un político, desde un periodista a un ama de casa— encontrará sugerencias prácticas, concretas y realizables para colaborar en la construcción de la seguridad pública.
Sus 101 propuestas se plantean de manera directa a los gobiernos, a las corporaciones policiacas, a las familias, a las instituciones educativas, los académicos y las iglesias, a los medios de comunicación, a los partidos políticos, a las instituciones democráticas, a los organismos de la sociedad civil y a la comunidad en general.
Quienes vivimos en Ciudad Juárez quisiéramos ver este mismo enfoque de unidad, apartidista, solidario, que no busca ganancias políticas, en todos los esfuerzos de combate a la inseguridad pública.
Ya basta de esfuerzos aislados e iniciativas unipersonales. No habrá tranquilidad sin cohesión social y política, no construiremos la paz sin que impere una visión de Estado.
El tema de la inseguridad es tan delicado que no podemos esperar que lo enfrente exitosamente un gobierno, sea el federal, el estatal o el municipal; es más, ni siquiera es posible que los tres juntos y coordinados rindan buenas cuentas. Para ello se necesita de todos quienes integramos nuestra sociedad, como señalan las conclusiones de la “Declaración de Ciudad Juárez”.
Gracias a iniciativas aisladas se han realizado muchas acciones, pero sus resultados han sido pobres. Un ejemplo de ello es la presencia del Ejército que, a pesar de su voluntad, su patriotismo y su espíritu de sacrificio, no ha logrado reducir la violencia. Sólo se ha conseguido desgastar vanamente la admiración que siempre sentimos por el uniforme verde olivo.
Por ello, quienes habitamos en esta frontera podemos suponer que la guerra contra el narco ha respondido a impulsos, pero no a esfuerzos premeditados, planeados y consensuados con las diferentes fuerzas políticas y sociales.
Como consecuencia de tales impulsos nuestra tranquilidad, nuestra economía, la manera en la que nos relacionamos unos con otros y hasta nuestras vidas familiares se han deteriorado como nunca antes. Únicamente durante la Revolución corrió tanta sangre en nuestro terruño.
Aunque me parece loable la decisión de nuestro presidente, Felipe Calderón, de combatir al crimen organizado, no puedo decir lo mismo de la forma, pues sus resultados están a la vista en las calles de Ciudad Juárez.
Urge una estrategia diferente, que tenga como indispensable punto de partida reanimar a los juarenses y encauzar su tradicional fuerza a la construcción colectiva de la paz. Urge que se llame a una gran alianza nacional por Ciudad Juárez. Urge que el destino de nuestra comunidad sea razón de Estado.
Por todo ello, el II Foro Internacional “Inseguridad, dolor evitable” fue un esfuerzo deliberado por demostrar que un frente contra la inseguridad es tan exitoso como la pluralidad de quienes lo integran.
Resultó gratamente conmovedor ver que personas de todas las regiones del Continente y también de Europa aceptaran venir a nuestra Ciudad (a pesar de que hay quienes sienten miedo de hacerlo) a aportar, a solidarizarse, a compartir nuestras cargas y a darnos una razón más para la esperanza.
Porque sólo así, sumándonos con generosidad en un esfuerzo que no reconozca fronteras sociales, geográficas ni políticas, podremos avanzar hacia una Ciudad Juárez con justicia, seguridad y paz.
El próximo año conmemoramos dos siglos de que los mexicanos se atrevieron a volver a empezar, a cambiar el rumbo de la historia patria radicalmente y lograr la Independencia de México. También celebraremos un suceso histórico en el que Ciudad Juárez fue fundamental: la Revolución Mexicana.
Por ello, 2010 es una gran oportunidad para todos. Algo grande va a pasar, eso es indudable. De nuestra cuenta corre que sea algo positivo y constructivo.
2010 será una oportunidad para que nuestros gobernantes hagan de Ciudad Juárez una razón de Estado. Una oportunidad para que cada uno de nosotros, los ciudadanos, nos sumemos a la lucha contra la inseguridad, una oportunidad para, juntos, volver a empezar.
2010: Revolución de Paz en Ciudad Juárez
25 de octubre de 2009
Ciudad Juárez es una ciudad experta en adopciones, llamada a cobijar migrantes desde que la conquista hispánica le trajo forasteros como el andaluz Cabeza de Vaca, el árabe Estebanico, “El Negro”, o el italiano Fray Marcos de Niza. Además de sus nativos, juarenses somos muchos que alguna vez fuimos migrantes por necesidad, hoy hijos de esta maternal frontera.
A punto de cumplir trescientos cincuenta años de su fundación, y tras registrar episodios fascinantes en su historia y en la de México, vive el drama de una lucha que parece estéril por el desatino –o abandono– de sus gobernantes, por el cansancio o la dimisión de muchos ciudadanos que se han rendido frente a sus circunstancias lacerantes y por la creciente miseria humana que la sitúa en las coordenadas de la corrupción y la crueldad.
Da la impresión de que en vano buscan recuperar su tranquilidad los orgullosos habitantes de esta hermosa frontera. Tranquilidad que no significa pasividad, tampoco inercia en movimiento, sino que se acompaña del bullicio de una permanente laboriosidad y creatividad que le han merecido justos y muy diversos reconocimientos por su aportación al desarrollo nacional.
Se extraña esa tranquilidad productiva que no descansa, perdida hoy entre las ambiciones de quienes no sienten propia a esta ciudad de exigencias máximas, o de quienes habiendo salido de sus entrañas, la han traicionado en su ingratitud parricida. Peor aún, por la abdicación injustificada y vergonzante de quienes teniendo una responsabilidad de gobierno –municipal, estatal o federal– no la ejercen con el empuje y determinación que preceden a la eficacia.
Puede parecer pesimismo enfermizo afirmar que a nuestros servidores públicos de todos los signos políticos, salvo casos excepcionales, se les suele ver pasmados a unos y pasmones a otros, pero es irrefutable la aseveración; negarlo sería complicidad o encubrimiento. En su gran mayoría, cuando reaccionan, se limitan a expresiones huecas de solidaridad o a culpar a otros de su inoperancia; se quedan en el discurso que ya suena a insulto.
Es evidente que el esfuerzo de los encumbrados en el poder no va más allá de firmar convenios de cooperación, que únicamente aportan falsas esperanzas y que sólo sirven para justificar el patrullaje de las fuerzas de seguridad que, aun reconociendo su lealtad y valor, nada más contribuye a agravar el clima de guerra –porque estamos en guerra– y a mantener vigente el estado de naufragio inmerecido de una comunidad deseosa de volver a empezar, de volver a vivir en paz.
Aunque siempre ha tenido de todo al mismo tiempo como comunidad, Ciudad Juárez se ha tornado desconcertante. Los tres órdenes de gobierno no logran coordinarse en un propósito superior de servicio desprovisto de intereses partidistas y politiqueros. El abandono a su suerte ha provocado en muchos ciudadanos la muerte de la esperanza. En ellos crece la apatía, por miedo, por sensación de soledad, o quizá por indolencia.
La participación cívica cargada de patriotismo auténtico, y que ha sido señera de los juarenses, parece extinguirse frente a la arrogancia del crimen organizado. Muchos sobreviven atormentados por el presentimiento justificado de tiempos peores, se sienten atrapados en su propia ciudad. Otros simplemente han emigrado; se han visto obligados a dejar su legítimo patrimonio material para darle refugio seguro a sus hijos en otra parte.
A muchos que no conocen esta gallarda ciudad ni su trayectoria de esfuerzo; que sólo saben de ella por las escandalosas e irresponsables noticias que la han dibujado sangrienta desde hace más de dos décadas, les parece más viciosa que artística, más peligrosa que pacífica, más materialista que espiritual. Tal vez así parece, pero no está en su naturaleza la perversidad ni el hedonismo que se le quiere imponer para desfigurar su alma formada de dignidad humana.
La solidaridad y la inclinación por el trabajo honrado son cualidades inherentes a esta comunidad que nació en ambas riberas del Bravo mucho antes de que la deformidad política de otro tiempo le impusiera la condición de frontera que ahora la distingue y enaltece. La hospitalidad y la generosidad son cualidades que ha desarrollado a modo de virtud con antelación a que el río fuese decretado como límite entre dos naciones. La referida separación binacional nunca pudo, sin embargo, dividir el espíritu comunitario de los que aquí hemos vivido.
En la libertad de espacio que ofrece esta agreste región del norte de México, se han forjado generaciones de hombres y mujeres con indómitas voluntades independientes y hasta rebeldes, pero no criminales. Aquí han transitado pueblos guerreros, como las tribus indias llamadas apaches por los españoles, pero no asesinos. A los juarenses se les ha llamado “bárbaros del norte”, no en sentido peyorativo, sino por lo sobresaliente de su fuerza de voluntad, “de un supremo e invencible anhelo de libertad”, como explicó Fernando Jordán en su Crónica de un País Bárbaro en 1965. Con razón pregona el corrido de Chihuahua que somos una comunidad brava como un león herido, pero dulce como una canción.
Desde aquí, donde comienza la patria, muchas veces se ha dado gloria a nuestra nación mestiza; desde aquí se han iluminado facetas trascendentes que dieron cauce al país democrático que hoy destaca en Latinoamérica. Aquí nacen caminos que llevan a todas partes, al éxito o al fracaso, pero no al holocausto.
La violencia no está en la personalidad recia pero noble de esta ciudad, ahora doliente; no figura en su historia que le ha llamado con diferentes nombres pero que no le ha modificado su esencia. Aquí no confundimos la firmeza con la rudeza, ni el carácter con el mal carácter que ha llegado en las maletas de aventureros que recientemente vinieron a desbocar sus impulsos agresivos incubados en otra parte. Hay una diferencia fundamental que hay que hacer notar para que no nos clasifiquen falsamente.
Predestinada a ser sede de expresiones pluriculturales provenientes del norte, del sur y de otros continentes, Ciudad Juárez se ha distinguido, desde antes de ser bautizada como Misión de Guadalupe en 1659, por ser lugar de encuentro. Dos centurias y media después, en ocasión de celebrar su fundación, y precisamente en la víspera del llamado “bicentenario” que conmemora el inicio de nuestra Independencia y de nuestra Revolución, los juarenses tenemos una irrepetible oportunidad de hacer una nueva gesta ciudadana que concentre nuestra energía en un propósito fundamental: iniciar una revolución de paz que reivindique a nuestra ciudad frente al mundo como tierra de oportunidades; que levante la moral de nuestro pueblo y despierte el interés ausente de volver a ser lo que siempre hemos sido como comunidad.
El año 2010 será la ocasión impostergable para terminar con la barbarie, con el desinterés y con la abulia que agravia nuestra evolución histórica; para dejar atrás un capítulo angustiosamente largo, soberbio y turbulento, de fuego y de sangre, de dolor y de muerte. Debió serlo antes, pero el año siguiente será propicio para reencontrarnos con nosotros mismos en un abrazo fraterno que haga valer nuestra sangre como la de todas las comunidades humanas en el mundo.
Cuando hemos querido hemos podido. Ahora queremos y podremos hacer del 2010 el año de la reunificación; de la suma de voluntades para devolver a estas tierras ásperas del norte el vigor y la pujanza de sus habitantes, el que llegó para quedarse con la expedición de Juan de Oñate cuando abrió la ruta del Paso del Norte a finales del siglo XVI. Queremos reinstalar los valores humanos que arribaron en las carretas franciscanas a principios del siglo XVII.
Queremos decir lo que en verdad somos y acreditar con hechos nuestra capacidad realizadora. No queremos que se haga viejo e impotente nuestro anhelo de justicia y de concordia. No pretendemos abonar con nuestros muertos el terreno de la discordia, sólo deseamos sepultar el fatalismo que ahoga en los pantanos de la desesperanza a nuestras familias. Tampoco queremos convertirnos en verdugos de quienes han podido pero no han querido; sino erigir la tolerancia, la comprensión y el perdón como cimiento de una nueva época de progreso. Queremos retomar nuestro papel en el destino de México. Los juarenses queremos volver a empezar.
martes, 27 de octubre de 2009
Entrevista con el Norte de Ciudad Juárez
Cambio de rumbo
Antonio Flores Schroeder
Lunes, 26 octubre 2009
El presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) y ex presidente del Partido Acción Nacional, Manuel Espino Barrientos, publicó un nuevo libro con la editorial Grijalbo en el que exhorta a los partidos que enarbolan las banderas de la democracia cristiana, particularmente al PAN, a que corrijan el rumbo y renueven el prestigio en la política.
En “Volver a Empezar” Espino habla de un cambio en la forma de hacer política a partir de la congruencia de sus dirigentes que se autonombran humanistas.
NORTE presenta a sus lectores una amplia entrevista en la que el ex dirigente nacional del blanquiazul, habla del panismo local, de la inseguridad y de la necesidad de dar un “golpe de timón” en el próximo año, justo cuando se cumplen 200 años de la Independencia y 100 del inicio de la Revolución.
-En tu nuevo libro ofreces un diagnóstico severo y crítico sobre el rumbo de los partidos de la democracia cristiana, con el PAN a la cabeza. Hablas de la corrupción y el abuso, de los vicios que de alguna manera manchan a sus dirigentes, llama la atención el título... ¿Por qué “Volver a Empezar”?
Ha habido entre los partidos de pensamiento humanista, en el ámbito de lo social también, que han venido perdiendo espacios por una sencilla razón. Los partidos de este corte de pensamiento han sido partidos que predican el bien común, la dignidad de la persona, el respeto a los que piensan diferente, que promueven la erradicación de la conflictividad a favor del diálogo. Eso es lo que han predicado, en México, el PAN es ese partido.
Se han alejado de ese pensamiento. Han perdido congruencia y la sociedad se los ha reclamado en las urnas. Hay partidos importantes de la democracia cristiana que han perdido terreno en el mundo, inclusive, de algunos partidos que ya fueron gobierno, perdieron terreno porque en el ejercicio del poder dejaron de practicar lo que antes practicaban: democracia, respeto a sus militantes, consulta a la ciudadanía, diálogo con los adversarios, búsqueda de acuerdo con los que piensan diferente, respeto a la pluralidad de pensamiento.
Se han convertido algunos, incluso, en modelos autoritarios y eso ha ahuyentado a sus simpatizantes. México no es la excepción y eso es lo que le ha pasado al PAN, fundado por el chihuahuense Gómez Morín, un partido de un perfil eminentemente humanista, perdió ese tono.
Hoy vemos que los líderes parecen peleadores callejeros, que ante la primer oportunidad de discrepancia no buscan el debate, sino la agresión. No construyen acuerdos, construyen trincheras para el conflicto político y eso ha demeritado ante los electores y frente a los simpatizantes del partido su imagen, partido que hoy está en el gobierno. Y tan se ha deteriorado esa imagen que sólo hay que ver lo que sucedió el 5 de julio, cuando perdimos más de 60 diputados, dos gubernaturas, ciudades muy importantes como Guadalajara, Tlaquepaque, Tonalá, Naucalpan, Toluca, Tlalnepantla, Guanajuato capital, ciudades muy pobladas y muy pequeñas también. Acabamos de perder Coahuila, se nos fue Torreón, una ciudad emblemática para el panismo.
¿Qué le sucede la PAN?
Nuestro comportamiento incongruente ha ahuyentado a nuestros simpatizantes. Hemos caído en ser un partido más con el desprestigio de otros, practicamos lo que antes le reclamábamos a nuestros adversarios: La falta de democracia interna, la falta de respeto a los procesos democráticos, el ser un partido de instrumento al poder y no a la sociedad. El ser escuela de ciudadanos, el ser testimonio vivo de dignidad política, eso lo hemos perdido.
Por todo esto se justifica que volvamos a empezar. Es un reencuentro con nuestro origen, retomar nuestra trayectoria de congruencia, pero no partiendo de cero, partiendo de la experiencia acumulada en 70 años, que estamos celebrando ahora el nacimiento del PAN. Este libro es un llamado a los partidos que se reconocen humanistas pero que en la práctica han dejado de serlo, a esos partidos que se reconocen democráticos, pero en la práctica le han dado la espalda a la democracia. Quieren dignificar la política pero para eso no bastan los discursos. Ése es el contexto amplio de este libro, es una convocatoria a volver a ser lo que siempre fuimos, lo que en el pasado reciente nos dio prestigio, lo que nos mereció la confianza para que ganarnos la presidencia de la República en México como alguna vez fue en Guatemala, como lo fue en Chile, Uruguay, República Dominicana y otros países.
-Hay una diferencia abismal entre aquel PAN de los años ochenta y el panismo de ahora. En aquellos tiempos, particularmente en los tiempos del “Verano ardiente” de 1986, a los panistas se les veía como revolucionarios, eran los panistas que cerraban los puentes internacionales para reclamar sus triunfos. Ese PAN contaba con la simpatía de miles de voluntarios y que motivaba a la participación ciudadana, ahora las cosas son muy diferentes. ¿Qué le sucedió al PAN?
La gran diferencia, fíjate, ahorita que lo comentas, en el cierre de campaña de Sergio Pedro Holguín en la Plaza de Toros, allí en el centro, estábamos Pancho (Barrio) y yo, con media plaza llena de simpatizantes y le pregunté a Pancho “¿Te acuerdas de los 80? Que no pensábamos es esta plaza como alternativa, nos quedaba chica”. Me respondió “qué mal está nuestro partido”. Eso fue en el 2006.
En el 2009 vine al cierre de campaña al Puente Rotario, en el famoso “Puente al Revés”, eso fue con... ¿cuántas te gustan...? Doscientas personas en un cierre de campaña federal. ¿Qué ha ocurrido con el panismo en México y que en Ciudad Juárez no es la excepción?. Juárez llegó a ser la plaza grande política del PAN, llegó a ser el parte aguas en la forma de hacer política, llegó a ser la sede de los Bárbaros del Norte, conocidos así por el arrojo, no por otra cosa, sino por el arrojo, capaces de dar cambios en la política, golpes de timón.
El PAN de Juárez llegó a ser emblema nacional en la lucha por la democracia. Y de repente hoy tenemos un partido donde hay ciertos líderes que se sienten dueños del partido, que manipulan los procesos, que compran voluntades que imponen a sus amigos en cargos por asignaturas del partido, eso que pasa en Ciudad Juárez, pasa en muchos lugares del país y eso le ha traído un descrédito al partido.
La comunidad juarense no se siente entusiasmada por la política y tampoco lamentablemente, ve al PAN como una alternativa de solución para dignificar a la política y cambiar a nuestra sociedad. En esa situación estamos. Antes éramos la esperanza, hoy somos uno más entre los partidos políticos. “Volver a Empezar” debe ser una sacudida a los políticos, a nuestros líderes, a nuestros dirigentes, para que volvamos a honrar en los hechos nuestro discurso humanista, para que volvamos a recuperar la visión democrática, que volvamos a tener fe en nuestros valores y en nuestros principios y que no usemos solamente como retórica el discurso humanista, y que en la práctica no seamos capaces de honrar, ése es el propósito de “Volver a Empezar”, que afortunadamente, ha tenido un buen inicio.
Este libro ya fue avalado por el presidente nacional del PAN, César Nava. Lo presenté en la sede del CEN, ahí nació el libro, me lo presentó el senador por Coahuila, Ricardo García Cervantes, uno de los hombres más prestigiados del panismo nacional. No tengo duda de que aquí en Chihuahua el presidente estatal, Cruz Pérez Cuéllar, va a estar presente. Cuando presenté mi anterior libro aquí en Ciudad Juárez y en la ciudad de Chihuahua, él me hizo el favor de acompañarme. Ojalá y ahora no sólo me acompañe, sino pueda expresar algunas palabras. Lo voy a invitar y seguramente va a acceder.
-En otra parte del libro hablas del criterio de la aplicación práctica para los dirigentes del partido o funcionarios en el gobierno, llama la atención que te dirijas a los jóvenes. ¿Requiere el PAN de sangre nueva?
Tenemos que reconocer que en política cuando se incurre en vicios, hay que corregirlos. Ya hay líderes muy maduros, muy hechos, las mañas son muy difíciles de desprender del alma. Yo tengo especial confianza en que las nuevas generaciones de políticos mexicanos vengan con una mentalidad más abierta, más plural, con un compromiso como en el que tuvimos en el PAN de hace 15, 20, 25 años. Jóvenes que vengan no a decir una cosa, pero a hacer otra en la arena política. Yo quiero que este libro sea un libro básico para muchos jóvenes del PAN, aunque no está dirigido especialmente para ellos, sino a los políticos jóvenes en general. Yo no quisiera que este libro fuera... hay libros sagrados, históricos, emblemáticos, famosos por quien los escribió... yo espero que este libro no termine en las bibliotecas, como adorno en los libreros de las casas. Yo espero que sea una herramienta útil, que este libro esté en los comités de campaña, que lo traigan los promotores de la participación ciudadana en las colonias, que los traigan los candidatos en las campañas, que recuerden, que consulten lo que somos. Que les sirva para el debate a los jóvenes en las universidades. Un libro que se discuta en las reuniones de proselitismo del partido. Un libro que se cite sin hacer referencia al autor sino a su contenido, yo espero que volver a empezar sea un título de la participación ciudadana, que habla de los derechos de los migrantes, que habla de la necesidad de equidad de género, del compromiso de una clase política. Que sobresalga por los temas y no por el autor.
-En otro capítulo del libro hablas que para el recto ejercicio del poder son necesarios varios puntos, como la ética. Hemos visto que en Juárez, sean del PAN o del PRI, los políticos prometen en sus campañas electorales muchas cosas, pero cuando llegan al poder, obedecen a ciertos intereses de grupos políticos o económicos. Al final todo sigue igual. Nada de cambio. ¿Cómo plantea Democracia Cristiana un cambio de raíz en la forma de gobernar?
Este libro lo escribí siendo presidente de la Democracia Cristiana, reconociendo que muchos partidos de esta organización han incurrido en acciones incongruentes respecto a su pensamiento, por eso convoco a estos partidos y en general a “Volver a Empezar”.
La dimensión ética de la política es un requisito indispensable para volver a hacer de la política un espacio de confianza para los ciudadanos, y la ética ha dejado de ser un referente en la política, los arreglos bajo las mesas, los fraudes, los arrebatos de espacios, posiciones autoritarias en cargos directivos que no tienen nada que ver con la ética.
En el PAN y en los partidos de la Democracia Cristiana siempre hemos dicho, que todo lo que hemos sabido es necesariamente una expresión ética. De repente algunos de nuestros dirigentes o servidores públicos, dicen que esto es legal, que esto se puede hacer, que nada lo prohíbe, ¿y la ética dónde quedó? Tenemos que regresar y este libro pretende formar conciencia ética en los políticos, pretende sobresaltar y sobreexponer la cualidad ética como un requisito ineludible de la práctica política. Si volvemos a tener políticos con convicción, con compromiso ético, podremos tener la tranquilidad que cuando sean alcaldes, diputados, van a ir a trabajar por los intereses de la sociedad y no buscar oportunidades para enriquecerse, para controlar o acumular poder. Hoy en Juárez estamos en un gran momento, un momento en el que los partidos y los políticos gozan de un gran desprestigio y eso lleva a la desesperanza, porque la política es un vehículo para resolver problemas como la inseguridad, debilidad económica o falta de desarrollo económico, falta de espacios de empleo. La política es para eso pero debido a que hoy está demeritada la política, se pierde la esperanza de que eso se llegue a resolver algún día. Yo me atrevería a decir que en Ciudad Juárez llegó la hora de dar un golpe de timón, pero fuerte, en el 2010 es una gran oportunidad, porque como pintan las cosas hoy todo parece indicar que no queremos volver a empezar, estamos haciendo las cosas como siempre. Ya está la lógica de los grupos en los partidos a todo lo que da buscando la manera de que algunos de sus adherentes llegue a las candidaturas. Vamos derechito a un esquema de confrontación entre los partidos. Estamos frente al riesgo de que el crimen organizado patrocine campañas electorales de todos los partidos políticos, porque hay la tentación de ganar a como dé lugar, muy poco se piensa en la dimensión ética de la contienda que viene. De esta forma vamos a tener un alcalde muy cuestionado, muy probablemente con un equipo de trabajo muy limitado y tendremos el resultado de siempre. Creo que el 2010 es el año en que conmemoramos 200 años de que los mexicanos se atrevieron a volver a empezar, que dieron un giro de timón, que cambiaron radicalmente el rumbo de la historia y lograron la Independencia de México. Celebramos el 2010 cien años de que los mexicanos se atrevieron a decir ya basta a los abusos de generales, gobernantes, a los abusos del poder y se llegó a un movimiento social que conocemos como la Revolución Mexicana. El siguiente año se cumplen 200 años de Independencia y 100 del inicio de la Revolución. Es bueno festejarlo con un cambio radical, con una actitud de volver a empezar y no ir a un proceso electoral más con las formas y prácticas caracterizando a la política mexicana.
-Ciudad Juárez representó un punto de partida en el inicio de la Revolución, ¿en el 2010 ese golpe del timón del que hablas, podría ser el inicio de un cambio que iniciaría aquí y se extendiera por todo el país?
Claro, es un cambio de actitud, una voluntad de volver a empezar de los juarenses, de volver a creer en nosotros mismos, no puede ser que los criminales puedan más que los ciudadanos, no puede ser que hallamos perdido la confianza en los políticos. Es una buena ocasión para honrar el esfuerzo que se hizo en Juárez hace 99 años, aunque parece que los juarenses hemos olvidado que aquí a 50 metros del río Bravo, a 25 metros del borde entre Estados Unidos y México, ahí acampó Francisco I. Madero, hasta ahí venían los negociadores de Porfirio Díaz. Desde ese campamento obligó a Porfirio Díaz a renunciar a la Presidencia de la República para evitar una lucha sangrienta entre mexicanos. Aquí se dio una batalla de muchos días, muy sangrienta, la batalla que ganaron los maderistas. Tan lo hemos olvidado que ese lugar en el que acampó Madero está olvidado, lleno de basura, de vándalos, de drogadictos. Tenemos que justipreciar nuestra propia historia, pero para eso se requiere una actitud de volver a empezar.
-Hablabas de la inseguridad, de esos grandes problemas que han afectado a nuestra comunidad juarense, el narcotráfico ha herido a la frontera como nunca... en varias partes de tu libro reiteras que la violencia no se puede combatir con más violencia. El Presidente Felipe Calderón decidió sacar al Ejército a las calles para enfrentar una guerra contra el crimen que parece no tener fin, y de acuerdo a las estadísticas la violencia no ha disminuido con el Ejército en las calles, ¿cuál es tu opinión acerca de que se utilice al Ejército para luchar contra el narco ?
Yo felicito la decisión del presidente Felipe Calderón de combatir al crimen organizado. Eso lo felicito. Pero no felicito la forma, ésa no la aplaudo.
En el libro planteo que aun cuando el Estado tiene el monopolio del uso de la fuerza, el Estado no es el gobierno, el gobierno es una parte del Estado, y el gobierno decidió a nombre del Estado y el presidente Felipe Calderón decidió a nombre del Estado enfrentar al crimen organizado sacando al Ejército a las calles.
Creo y le di un voto de confianza a eso... pero hoy, tres años después de haber iniciado su gobierno, creo que fue un error la forma, porque no se debe de confundir firmeza con rudeza, también se requiere estrategia en inteligencia y eso ha faltado.
Se inició una lucha solitaria sin previa coordinación con las entidades de la República, sin previo acuerdo con gobernadores, alcaldes, sin tener definido un sistema de inteligencia que permitiera evitar el uso de la fuerza, y muy grave, se dio además el paso sin consultar a nuestros vecinos del norte y sur del país. Ni con Estados Unidos ni con Guatemala, es una lucha solitaria y cuando el gobierno resintió la reacción virulenta, poderosa del crimen organizado entonces quiso recurrir a los gobernadores, alcaldes y al exterior. Yo digo señor presidente, eso debió haber sido desde el principio. Quizá el camino de las armas no debió haber sido y lo que hemos provocado es una guerra. México vive en guerra, tenemos que darnos cuenta, aceptar que estamos en guerra, sólo en Juárez ya llevamos más de 2 mil muertos en este año, ni en Irak que está en guerra abierta llevan 2 mil muertos en el año. Yo no digo qué se haga porque no soy estratega militar ni soy especialista, pero el sentido común me dice que por lo menos hay que revisar la estrategia y hacer cambios en ella, y de estrategas también, hay que hacer cambios de funcionarios encargados de combate al crimen organizado, eso me parece sería un buen inicio. Hay que volver a empezar en la lucha contra el crimen organizado... Hay que volver a empezar por los juarenses.