Considero importante informar sobre mis acciones públicas, dejar que se conozca mi pensar y mi sentir. Al presidente de México quise informarle de mis actividades que como presidente de una organización internacional podrían ser de su interés. También busqué la ocasión para compartirle puntos de vista sobre el acontecer nacional. Como habitante de Ciudad Juárez pretendí hacerle partícipe de cuanto ocurre en esta frontera atormentada por la violencia. Nunca tuve respuesta, en ningún sentido.
Por ello, ante la desesperación de mi comunidad que clama atención del Presidente, le envié una carta abierta en días pasados. Sin dirigirse a nadie en particular, como quien manda una carta sin destinatario, Calderón fustigó públicamente a los “ingenuos” que piden que el Estado deje de combatir al crimen organizado. Expresó que el problema no se resolverá por arte de magia y advirtió que sostendrá su estrategia.
Analistas y columnistas diversos interpretaron que el mensaje del Presidente era la respuesta a mi carta que sí tenía destinatario con nombre y apellido, el del jefe de las instituciones nacionales. Yo seguiré esperando la respuesta, a mi nombre, de Felipe Calderón Hinojosa.
Espero también que la Secretaría de Gobernación se abstenga de mandar mensajes a los directivos de los medios de comunicación para que dejen de publicar mis colaboraciones o declaraciones que incomodan al gobierno federal. Como ocurrió esta misma semana para sofocar la polémica que desató la imprudente expresión de Calderón para justificar su guerra fallida.
Con frecuencia escucho decir a quienes se acercan al Presidente, que éste no escucha, que no le gusta oír opiniones que parezcan confrontar las propias. Esas versiones parecen confirmarse con la indiferencia del primer mandatario de los mexicanos a las voces de los juarenses que piden su presencia para revisar juntos la estrategia y coordinar acciones para alcanzar la paz. Uno se pregunta ¿por qué no escucha Felipe Calderón?
Apoyo a la decisión presidencial
Desde que era presidente del PAN y ahora como presidente de la ODCA he manifestado mi apoyo a la guerra contra la delincuencia organizada declarada por el presidente Calderón. En todos los foros que he pisado, nacionales y extranjeros, ese apoyo ha sido evidente, público y publicado. Sin duda, tenemos un presidente valiente.
Sin embargo, desde hace ya año y medio comencé a advertir la necesidad de revisar la estrategia. Y en esto hay que ser muy claros: jamás he pedido que las fuerzas federales se rindan o entreguen la plaza. No solicité que el Estado se retire de esa lucha, como ha sugerido el Presidente. El esfuerzo debe seguir. Apoyo la decisión del presidente de combatir la delincuencia organizada, lo que ya no reconozco es la pertinencia y eficacia de la estrategia.
Tampoco solicité retirar el Ejército, pues reconozco y admiro su valor, su indudable capacidad y su lealtad republicana. Tengo la certeza de que los más dignos integrantes del Estado mexicano portan el uniforme castrense.
Debo señalar que me parece miope insinuar que quienes dudamos de la ofensiva gubernamental beneficiamos a los delincuentes. Todo lo contrario. Seguramente los más contentos con la actual estrategia son los criminales, porque les permite delinquir a sus anchas.
Recurrí al método de la carta abierta porque estamos ante un asunto urgente y mis reiteradas solicitudes de reunirme con el Presidente o con el Secretario de Seguridad Pública Federal no han recibido respuesta. En la ODCA hemos expresado repetidamente nuestra voluntad de colaborar y de poner a disposición del gobierno expertos de diferentes países, incluso elaboramos un documento altamente propositivo y lo enviamos de manera oficial, “101 acciones para la paz”. Es claro que nuestras iniciativas y propuestas no han caído en suelo fértil.
No es una expresión política, sino ciudadana
Mis motivos para pedirle al presidente un cambio son los mismos de millones de mexicanos. No hice esa carta como miembro de un partido: la hice como ciudadano y como padre de familia. No se trata de un acto político, sino una necesidad de vida o muerte.
Mi carta no expresa sólo una visión personal, sino el dolor humano y la indignación de grandes sectores de la población. Como bien dijo el gobernador de Chihuahua, José Reyes Baeza, mi carta expresa el sentir de muchos juarenses.
No repito el rosario de calamidades que hemos atestiguado y padecido, sólo les pido que hablen con sus conocidos de Ciudad Juárez y de todas las comunidades agobiadas por la violencia para que ellos personalmente les digan lo que realmente está pasando, el tributo de sangre y miedo que estamos pagando por el empecinamiento de sostener una estrategia fallida que, por la pertinacia presidencial puede tornarse suicida. Más allá de los spots de optimismo, más allá de las declaraciones políticas vehementes de Calderón, hay una tragedia cotidiana que está desgarrando el rostro de varios estados de la República.
¿Sabe la verdad el presidente?
Temo que le estén ocultando información al Presidente. Pareciera no conocer la gravedad que han alcanzado no sólo las ejecuciones, sino también la violencia generalizada y cotidiana. Algunos creen que el Presidente es insensible al dolor de los ciudadanos honestos que son víctimas colaterales de la guerra que él inició; yo espero que no sea así. Espero, por el contrario, que la información no esté fluyendo a causa de sus subordinados.
Estoy seguro de que si Felipe Calderón realmente conociera el trágico saldo humano de la guerra contra el crimen ordenaría cambiar la estrategia ipso facto. Por ello, tengo razones para desconfiar de algunos funcionarios que tienen el deber de informarlo.
Mi deber como ciudadano, como panista y como hombre, es hablarle al presidente con la verdad. Quizá otros ya le agarraron gusto a la mordaza, por conservar sus cargos o por conveniencia política. Ese no es mi talante. Mis principios políticos y personales me obligan a informarle a nuestro presidente qué es lo que está sucediendo.
No queremos que al “haiga sido como haiga sido” se sume un “cueste lo que cueste”, porque esta guerra ha costado demasiada sangre, demasiados muertos, demasiado dolor. Y no hablo sólo de los criminales, sino de las víctimas de las balas perdidas, de los inocentes atrapados en el fuego cruzado, de quienes ven esfumarse su patrimonio y su tranquilidad por el secuestro y la extorsión.
Tiene razón Manuel Espino Barrientos.... No escucha el Presidente. Y no tiene razón Manuel Espino Barrientos cuando dice que no escucha por estar mal informado. Felipe Calderón Hinojosa no nos escucha sencillamente porque no nos quiere escuchar.
ResponderEliminarGracias por leerme y por tu comentario, por favor déjame tu mail.
ResponderEliminarSaludos,
Manuel