Triste época para los niños y los jóvenes mexicanos, que inauguran sus vidas caminando hacia horizontes de violencia, de desempleo, de una desoladora ausencia de esperanza provocada por la falta de oportunidades en todos los ámbitos. Ya sea para estudiar, ejercer una profesión, o simplemente vivir con dignidad. Oportunidades, en fin, de creer en sí mismos y de sentir orgullo por México.
Recientemente la diputada Teresa Incháustegui dio a conocer que en la guerra contra el crimen organizado han fallecido 4 mil jóvenes y niños; a ellos se suman otros 3 mil 700 que han quedado huérfanos de uno o ambos progenitores.
Cada año, 300 mil jóvenes son rechazados por instituciones de educación superior en el país. Quienes logran ingresar a una universidad y terminar una carrera, al graduarse descubren que su título muy poco significa en un país con 2 millones y medio de desempleados.
En el estudio “Hacer lo mejor por los niños”, realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México fue el segundo país con peores condiciones de vida para la infancia.
Por un lado, señala la OCDE, nuestros niños padecen una educación deficiente y desatención sanitaria; por otro, situaciones de alto riesgo como exposición al tabaquismo, el alcoholismo y los embarazos de adolescentes. De los países analizados en dicho estudio solo Turquía tiene mas niños pobres que nuestra República.
Este paisaje social desolador nos lleva a una cifra final, como lógica consecuencia: José Narro Robles, rector de la máxima casa de estudios mexicana, afirma que en nuestro país hay siete millones de los llamados “Ninis”, jóvenes que ante la falta de oportunidades en lo económico y en lo académico, “ni estudian, ni trabajan”, corriendo los gravísimos riesgos de jamás ver realizadas sus potencialidades humanas y realizadas sus vidas, así como de ser reclutados por el crimen organizado.
Ni participo, ni me interesa
Para estos millones de jóvenes, México es una promesa no cumplida. Por ello, a nadie debe extrañar el nacimiento de otros ninis, ya no en lo laboral y en lo educativo, sino en lo cívico y lo político. Cada vez hay más jóvenes que ante la vida pública sólo responden –unos con indiferencia, otros con decepción– “ni participo, ni me interesa”.
Incluso jóvenes de familias con posibilidades económicas, universitarios y profesionistas, han sido invadidos por la apatía y prácticamente han renunciado a ser ciudadanos. Se conforman con la mínima condición de habitantes que existen y ocupan un lugar en la masa humana, pero no en la comunidad.
Ello se debe, en mucho, a que la actual generación de dirigentes políticos no hemos sido capaces de dar un testimonio colectivo de congruencia y sentido de la responsabilidad que transmite principios y valores. La deshonestidad de muchos ha castrado el entusiasmo de las nuevas generaciones y puede provocar que en un futuro próximo no haya jóvenes con vocación política ni deseosos de servir a su país desde el Estado.
Como miembro de esa generación de mujeres y hombres públicos, asumo que tenemos la responsabilidad de represtigiar la política como paso primordial para regresar a los jóvenes la esperanza, la capacidad de creer en su país, el ánimo de ser nuevamente personas cívicas.
Romper el círculo vicioso de la apatía, el abstencionismo y la falta de participación juveniles debe ser la principal prioridad de la llamada clase política. Es impostergable liberar sus enormes energías creativas, para que participen en la impostergable tarea de reorientar el rumbo de la nación. También capitalizar al máximo sus talentos contenidos y estimular la capacidad realizadora de sus mentes.
Nos urge politizar –que no partidizar– a nuestros jóvenes y creer en ellos asignándoles un lugar preponderante en la toma de decisiones. También conferirles la misión de ser esperanza presente. Volver a entusiasmarlos con la idea de que su participación cívica vale, pesa, define, resuelve y construye. No se trata de dejar un mejor México a nuestra juventud, sino una mejor juventud a nuestro México, porque los jóvenes no son el problema, son la solución. Con su fuerza México puede volver a empezar.
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