viernes, 8 de julio de 2011

Autonomía del PAN frente al gobierno

En los primeros años del siglo pasado, contra un pensamiento autoritario en boga y que desde hacía tiempo imponía su verdad en México con la fuerza del gobierno, se rebelaron algunos estudiantes que alzaron la bandera de una nueva actitud intelectual para buscar una alternativa distinta a lo que entonces acontecía en un país con capacidades infinitas, pero con el talento ciudadano atrofiado por el caos de la Revolución que parecía llevada al fracaso por sus caudillos.

Autonomía desde la seriedad intelectual

La reciente afirmación del libre albedrío en el mundo occidental inspiraba a aquellos jóvenes a construir auténticos espacios de libertad para los mexicanos, a superar teorías inventadas para el sometimiento de la nación y a iluminar con nuevas luces la sombría realidad de la patria, lastimada por una gravísima corrupción moral y la devastadora turbulencia política.

Era 1915 y el ideal que se deslizaba en aquellas conciencias inquietas apuntaba a una ideología adecuada propósitos humanos, que partía del criterio provisional de salvar a México, del vago deseo de una vida digna para todos desde la participación ciudadana, de la autonomía de decisión frente al gobierno asumida con seriedad intelectual. Así, con espíritu de emancipación, fue concebida la obra que años adelante sería Acción Nacional.

Faltaban unos meses para el nacimiento del PAN y Gómez Morin, uno de aquellos jóvenes y el principal de sus fundadores, ya tenía claridad del argumento que marcaría una diferencia fundamental —con el pasado y con el presente que se vivía en 1939— en las relaciones partido-gobierno: “Acción Nacional nunca se casará con un régimen, ni aun con el que pudieran formar hombres suyos llegados al poder”. La autonomía estaba en la esencia de la organización partidaria desde su gestación y quien sería su primer jefe nacional era contundente en la afirmación del nunca.

Autonomía, una tesis fundamental

La primera etapa en la vida institucional de Acción Nacional se significó por las tareas principalísimas de la formulación de una doctrina, la definición de programas, la posición de ideas y la proyección de sublimes propósitos. Entre otras premisas inalterables, que serían ratificadas y explicitadas durante las décadas por venir, destacó la tesis de la necesaria autonomía del partido en sus relaciones con el gobierno.

Quizá para marcar la diferencia entre un partido surgido de la sociedad y otro que había sido concebido y parido en 1929 desde el poder, Efraín González Luna fue enfático en su discurso a la convención constituyente: “Acción Nacional es el partido que nace negando el compromiso y condenando el oportunismo”. Y más adelante, en 1942, desde la claridad de su pensamiento diría que “es deber fundamental del jefe de Estado el serlo positivamente y no representar ni servir a un partido… Cualesquiera que sean las circunstancias —sentenció— no pueden sujetarse a las exigencias de un partido político, aun cuando le deba el acceso al poder”.

En la convención nacional de 1949, don Manuel volvería al tema de la autonomía con el énfasis de que “el partido tiene derecho de llevar sus programas y sus hombres al gobierno, pero ese mismo gobierno, en el momento de llegar a serlo, deja de ser el partido para ser la representación de la nación, y no tiene derecho de utilizar los recursos del poder, que son de aquella, para el sostenimiento del partido; ni tiene derecho de utilizar la estructura jurídica y administrativa del gobierno para coaccionar voluntades en pro del partido”.

Todos quienes tuvimos el honor de dirigir al partido predicamos la necesaria autonomía entre el partido y gobierno como una forma saludable de generar equilibrios y evitar excesos en el ejercicio del poder. Felipe Calderón no fue la excepción; como presidente nacional en 1996 aún sostuvo y defendió la autonomía partidaria frente al gobierno. Ante el Consejo Nacional sostuvo que “en la medida en que se acerca de manera natural al poder, el PAN necesita consolidarse, paradójicamente, como partido, y ser capaz de sostener su perfil de opción política distinta y distinguible del poder político”. Nadie podría suponer que como mandatario de la nación mutaría su credo partidista para asumir la vieja convicción priista de que “en México solo el presidente manda, y es el jefe del partido”.

Autonomía desde la vinculación democrática

Ya en la responsabilidad de gobierno, a partir del 2000 y a iniciativa del jefe nacional Luis Felipe bravo Mena, se fue desarrollando una forma de relacionarse con el gobierno federal surgido de las entrañas del PAN. Para honrar la tesis de la autonomía se implementó una dinámica conocida como “vinculación democrática”, lo que supuso no repetir el modelo de partido-instrumento al servicio incondicional del poder y ratificar para el gobierno la norma ética de no entrometerse en la vida institucional del partido.

Desde la presidencia nacional del PAN pude constatar que para Vicente Fox no hubo dificultad en asumir que entre el partido y el gobierno debía existir, naturalmente, una independencia política, no orgánica, que nace de la responsabilidad compartida de conducir a la sociedad mexicana hacia su crecimiento, desarrollo y perfeccionamiento. El jefe del Estado entendió que ambas entidades son parte de un mismo proyecto político que deben acordar lo mejor para México y actuar coordinadas, pero sin sujeciones recíprocas, sin confundir la misión de cada quien y sin invadir el ámbito de responsabilidad del otro ni afectar su identidad.

Fox fue congruente y coadyuvó al perenne anhelo panista de ciudadanizar las instituciones y despartidizar a la sociedad; entendió que su poder no podía ser predatorio del PAN y supo poner el rostro de éste a su gobierno, sin alterar sus rasgos originales y sin pervertir su trayectoria democrática. Como es lógico, llegamos a tener diferencias de visión y de opinión que resolvimos dialogando para articular estratégicamente el potencial del partido y del gobierno, cuidando no anular una sola de nuestras fuerzas. Así, sin faltar a la congruencia y sin atropellar la autonomía, subordinando egoísmos y preferencias personales, construimos las condiciones para alcanzar las más grandes victorias en el 2006.

Autonomía sometida por Calderón

Apenas recibida la constancia de mayoría tras defender nuestra victoria en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, ya como presidente electo, Felipe Calderón me pidió dejar en sus manos la dirigencia del partido; quería ser él quien designara al presidente del PAN, imponer a uno de sus incondicionales, a un gerente subordinado al gobierno. No fue propuesta, fue una exigencia que primero me planteó Juan Camilo Mouriño y, tras mi negativa, insistió el mismo. A cambio de renunciar se me compensaría con hacerme embajador de México en España. Rechazar la oferta fue motivo de una nueva persecución del calderonismo en mi contra, pero ya desde el gobierno.

Al concluir mi gestión, que yo mismo adelanté tres meses para evitar un conflicto que venía preparándose desde los Pinos apenas asumió Calderón la Presidencia, sobrevino el sometimiento. Bastaron dos gerentes para poner en el gobierno la toma de decisiones del partido, para hacer de éste un instrumento al servicio del poder.

Las consecuencias de la suplantación son de sobra conocidas, han sido devastadoras para un partido que abanderó la autonomía desde su fundación. Desde la restauración autoritaria que subordina al partido desde el gobierno se están perdiendo ambas entidades. Antes el Presidente perdió las convicciones que le fueron inculcadas en Acción Nacional.

manuespino@hotmail.com
www.twitter.com/ManuelEspino

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