A raíz de la reciente reforma al artículo 40 de nuestra Carta Magna y de las discusiones relacionadas con la legislación del aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo, temas de gran sensibilidad para la sociedad mexicana, en las últimas semanas se ha reavivado la siempre interesante discusión sobre la separación entre el Estado y las iglesias. Dicha discusión tuvo como expresión más trascendente un debate convocado por el Senado de la República con el tema de "Laicidad y Democracia”.
Muy seguramente este debate nunca se agotará porque aun cuando la comunidad política y las diversas iglesias son independientes, autónomas y tienen funciones de naturaleza distinta, comparten un interés primordial: servir a la vocación personal y social del ser humano. Por ello, de manera inevitable, los hombres de fe y los hombres públicos a veces se cruzan, a veces coinciden y a veces chocan.
Iglesias y partidos políticos
Afortunadamente en México este tema ha llegado a un consenso generalizado. Incluso quienes hemos sido formados bajo la égida de los principios de la democracia cristiana, reconocemos que las iglesias no son sujetos políticos, aunque sean sujetos sociales. Defendemos su derecho a hacer valoraciones que impactan a la convivencia social en términos ético-religiosos, pero señalamos la incorrección de que participen en política, así como las faltas en que incurren al calificar determinada forma de gobierno como la mejor o pronunciarse –sea a favor o en contra– de un partido.
También respaldamos sin cortapisas, aún reconociéndonos creyentes, que los ministros de los diversos cultos no pueden aspirar a cargos de elección popular o de gobierno, pues ninguno de sus roles se desempeña dentro de la política partidista. Por supuesto que esta limitación no va en detrimento de su derecho a elegir sus gobernantes, como ciudadanos que son.
A quienes siendo creyentes nos dedicamos a la política nos debe ser respetado el derecho humano a ejercer tanto en público como en privado el culto que profesamos, sin importar su denominación. Es posible ser simultáneamente un político y un creyente, sin esconder la propia fe, siempre y cuando no se busque imponerla al gobierno, a la sociedad o al Estado.
Que la laicidad no degenere en laicismo
En diversas expresiones ventiladas en los debates que hoy se dirimen, tanto en los medios como el ya mencionado en el Senado, se percibe un preocupante tono que va más allá de la laicidad para instalarse en el laicismo.
En una sociedad que busca engrandecerse democráticamente en todos sus ámbitos, ello es especialmente preocupante, pues podría atentar contra uno de los derechos humanos más elementales, tutelado tanto por nuestra Constitución como por la Declaración de las Naciones Unidas: la libertad de cultos.
Proteger al Estado no significa atentar contra las prerrogativas de protestantes, evangélicos, musulmanes, católicos, miembros de la comunidad judía o practicantes de cualquiera de los cientos de religiones autóctonas practicadas por nuestras etnias. Todo lo contrario: un Estado genuinamente laico se asegura de que todos sus integrantes estén unidos por el lazo supremo del ejercicio libre e irrestricto de sus libertades democráticas, entre las cuales no es la menor la de vivir una fe.
Hay una autonomía fundamental de la persona frente al Estado; al mismo sólo debe consagrarse una parte de ésta, mientras otra permanece privada, inviolable, íntima y esencialmente libre. Es fundamental preservar esa parcela de soberanía personal, pues en ella florecen la fe y la religiosidad. Impedir que el Estado invada el campo de la conciencia es imprescindible para garantizar la dignidad del ser humano.
Como parte de nuestro proceso de transición política, tengo la certeza en que seguiremos avanzando en el fortalecimiento de las prerrogativas de todos los mexicanos y que alcanzaremos la madurez democrática, construyendo un Estado pleno de laicidad y carente de laicismo.
lunes, 22 de febrero de 2010
lunes, 15 de febrero de 2010
La hora de rescatar al PAN
El PAN está pagando facturas políticas muy caras por haber borrado la frontera entre partido y gobierno, por haber permitido que el poder suplantara las decisiones que legítimamente deben tomar los órganos internos de Acción Nacional.
Por ello, explicar por sí misma la renuncia de Fernando Gómez Mont a su militancia panista es un ejercicio de negación. Este golpe al PAN sólo se entiende en la lógica de un deterioro político que ha aumentado proporcionalmente a la pérdida de autonomía del partido.
Desde el momento en que el presidente del partido se convirtió en un subordinado y el PAN en una dependencia, se tomó la ruta de colisión que hoy tiene al panismo en crisis.
Gómez Mont y sus acuerdos oscuros
Es un secreto a voces que Fernando Gómez Mont ofreció al PRI, hablando por el Presidente, bloquear las alianzas electorales del PAN con otros partidos. Aunque hoy muchos jilgueros y testaferros alaban al ex panista como un ejemplo de congruencia por su renuncia, la verdad es que incurrió en una absoluta falta de responsabilidad al hacer ese compromiso, que le correspondía única y exclusivamente al Partido Acción Nacional. No es que esté honrando la palabra empeñada, es que de entrada actuó sin fundamento ético o institucional alguno.
Al igual que en los tiempos más autoritarios de México, el secretario de gobernación actuó como si el partido en el poder fuera una unidad gubernamental más, como si los militantes panistas no contaran y no tuvieran la más mínima capacidad de decisión o espacios de autonomía.
Desgraciadamente, Gómez Mont no se conduce por sí mismo ni sus acciones son algo nuevo. Es sólo uno más de varios panistas expertos en obedecer pero pésimos para salvaguardar las tradiciones democráticas del partido o para mostrar iniciativa, panistas con corazón autoritario dispuestos a seguir órdenes aun cuando sean en detrimento de la institución que los forjó. El empoderamiento de los sumisos será la única memoria que se guarde del calderonismo.
Esta política no sólo es falta de ética y de sentido democrático. Es, además, mala política. Nadie puede creer que Gómez Mont o César Nava hayan actuado sin coordinación o en contra de la voluntad del presidente. No hay nada en su historial político que hoy permita pensar que tienen voluntad suficiente para tomar decisiones propias, sin el visto bueno de su jefe supremo. Por ello, en los aliados electorales del PAN, los perredistas, hay desconfianza; y en los aliados legislativos, los priístas, un ánimo de buscar el desquite tras el burdo montaje que se buscó hacerles creer.
Cuidar al PAN
Al tomar la decisión de renunciar a su militancia, Gómez Mont ha cuidado al gobierno, lo que es su trabajo. Las últimas dos dirigencias del PAN han cuidado al Presidente del país. Pero ninguno de ellos ha recordado cuidar al partido. Una de las grandes luchas históricas del PAN ha sido la separación entre el gobierno y el partido que le dio origen. Se ha comprobado una vez más la validez de dicha tesis, pues estamos padeciendo las consecuencias de que un gobierno haya hecho ofrecimientos que le correspondían únicamente a un partido.
Únicamente en la militancia existe la esperanza de reencontrar al partido con su identidad democrática. Es necesario retomar la convicción histórica de hacer del PAN instrumento de la sociedad y no del gobierno. Hay que apoyar al Presidente, hay que apoyar al Partido, pero sin perder jamás nuestros principios y sin alejarnos de los caminos trazados por nuestra doctrina.
Hago un llamado a la dirigencia nacional y a las dirigencias estatales a cuidar al PAN. Aprendamos de esta lamentable experiencia para que no se vuelva a repetir. Una vez más insisto en mi llamado al presidente Felipe Calderón a que deje a su partido decidir su propio destino político. Las consecuencias de no hacerlo están a la vista de todos.
Ésta es la más clara señal de que los panistas debemos volver a empezar, retomando nuestras tradiciones democráticas, abrazando con fuerza nuestra mística de servicio a la sociedad y reconquistando la independencia del poder que da identidad, congruencia y fuerza a nuestro partido.
Por ello, explicar por sí misma la renuncia de Fernando Gómez Mont a su militancia panista es un ejercicio de negación. Este golpe al PAN sólo se entiende en la lógica de un deterioro político que ha aumentado proporcionalmente a la pérdida de autonomía del partido.
Desde el momento en que el presidente del partido se convirtió en un subordinado y el PAN en una dependencia, se tomó la ruta de colisión que hoy tiene al panismo en crisis.
Gómez Mont y sus acuerdos oscuros
Es un secreto a voces que Fernando Gómez Mont ofreció al PRI, hablando por el Presidente, bloquear las alianzas electorales del PAN con otros partidos. Aunque hoy muchos jilgueros y testaferros alaban al ex panista como un ejemplo de congruencia por su renuncia, la verdad es que incurrió en una absoluta falta de responsabilidad al hacer ese compromiso, que le correspondía única y exclusivamente al Partido Acción Nacional. No es que esté honrando la palabra empeñada, es que de entrada actuó sin fundamento ético o institucional alguno.
Al igual que en los tiempos más autoritarios de México, el secretario de gobernación actuó como si el partido en el poder fuera una unidad gubernamental más, como si los militantes panistas no contaran y no tuvieran la más mínima capacidad de decisión o espacios de autonomía.
Desgraciadamente, Gómez Mont no se conduce por sí mismo ni sus acciones son algo nuevo. Es sólo uno más de varios panistas expertos en obedecer pero pésimos para salvaguardar las tradiciones democráticas del partido o para mostrar iniciativa, panistas con corazón autoritario dispuestos a seguir órdenes aun cuando sean en detrimento de la institución que los forjó. El empoderamiento de los sumisos será la única memoria que se guarde del calderonismo.
Esta política no sólo es falta de ética y de sentido democrático. Es, además, mala política. Nadie puede creer que Gómez Mont o César Nava hayan actuado sin coordinación o en contra de la voluntad del presidente. No hay nada en su historial político que hoy permita pensar que tienen voluntad suficiente para tomar decisiones propias, sin el visto bueno de su jefe supremo. Por ello, en los aliados electorales del PAN, los perredistas, hay desconfianza; y en los aliados legislativos, los priístas, un ánimo de buscar el desquite tras el burdo montaje que se buscó hacerles creer.
Cuidar al PAN
Al tomar la decisión de renunciar a su militancia, Gómez Mont ha cuidado al gobierno, lo que es su trabajo. Las últimas dos dirigencias del PAN han cuidado al Presidente del país. Pero ninguno de ellos ha recordado cuidar al partido. Una de las grandes luchas históricas del PAN ha sido la separación entre el gobierno y el partido que le dio origen. Se ha comprobado una vez más la validez de dicha tesis, pues estamos padeciendo las consecuencias de que un gobierno haya hecho ofrecimientos que le correspondían únicamente a un partido.
Únicamente en la militancia existe la esperanza de reencontrar al partido con su identidad democrática. Es necesario retomar la convicción histórica de hacer del PAN instrumento de la sociedad y no del gobierno. Hay que apoyar al Presidente, hay que apoyar al Partido, pero sin perder jamás nuestros principios y sin alejarnos de los caminos trazados por nuestra doctrina.
Hago un llamado a la dirigencia nacional y a las dirigencias estatales a cuidar al PAN. Aprendamos de esta lamentable experiencia para que no se vuelva a repetir. Una vez más insisto en mi llamado al presidente Felipe Calderón a que deje a su partido decidir su propio destino político. Las consecuencias de no hacerlo están a la vista de todos.
Ésta es la más clara señal de que los panistas debemos volver a empezar, retomando nuestras tradiciones democráticas, abrazando con fuerza nuestra mística de servicio a la sociedad y reconquistando la independencia del poder que da identidad, congruencia y fuerza a nuestro partido.
martes, 9 de febrero de 2010
Incompatibilidad política del PAN con el PRD
Ningún partido, que se precie de ser demócrata, puede decidirse a forjar una coalición política sin una profunda reflexión y un nutrido diálogo. Por ello, durante las últimas semanas he mantenido un estrecho contacto con panistas de todo el país y he estado varias veces en Chihuahua, Durango, Puebla, Zacatecas, Nuevo León, Tlaxcala, Estado de México y Oaxaca, así como en el Distrito Federal, para fomentar el debate y el intercambio de información.
Aunque cada estado tiene sus particularidades políticas, pesa un factor común a todos los militantes: existe una gran inquietud y serias dudas sobre la congruencia de aliarse con el partido de la Revolución Democrática. Dudan, y con sobrada razón, de su sinceridad democrática.
Ya he dicho en reiteradas ocasiones que las coaliciones electorales son una opción válida en democracia. Que son una oportunidad para evitar confrontaciones estériles por razones ideológicas, para privilegiar las coincidencias por encima de las diferencias programáticas. Pero he insistido también en que sólo es ético recurrir a ellas cuando las inspira una causa superior de bien común y no una ambición de poder, el precipitado deseo de suplantar un régimen establecido o un simple revanchismo político.
Sostengo que Acción Nacional —mi partido— no puede traicionarse a sí mismo empeñando el futuro del pueblo, ni el propio, en una aventura electoral con el Partido de la Revolución Democrática, cuyos militantes merecen mi respeto en tanto personas, pero que como organización partidaria son un riesgo para la consolidación democrática de México. Y argumento por qué:
Por congruencia con nuestra trayectoria. Tenemos un programa de acción sustentable, cimentado en una doctrina humanista, que no es compatible con el programa populista y demagógico, carente de principios, del PRD. Somos un partido de exigencias máximas que para ganar una elección busca convencer a los ciudadanos, persuadir su voluntad en favor de nuestras propuestas y nuestros candidatos. No espera victorias acumulando fuerza política bruta con un partido que sólo de eso dispone para ganar.
Por respeto a nosotros mismos y a la vida institucional de México. El 2006 ganamos la Presidencia de la República en las urnas. Lo hicimos sin alianza electoral, con el esfuerzo de nuestros militantes y el respaldo de los ciudadanos. Hoy es día en que el PRD y quien fue su candidato perdedor, no sólo no reconocen nuestro triunfo, sino que han llamado “espurio” al presidente Felipe Calderón, se niegan a reconocer su investidura y sistemáticamente se oponen a sus iniciativas y a las del PAN en el Congreso Federal.
Por sentido de responsabilidad. No podemos sumar nuestro esfuerzo a un partido que sin recato suele violentar la ley y el orden para imponer su voluntad; que ha justificado acciones violentas como las de la APPO en Oaxaca. O que ha sido solidario con movimientos armados como el EPR o el EZLN. Por algo Felipe Calderón se refirió a ése partido y a su excandidato presidencial como “un peligro para México”.
Por elemental sentido común. Para no desmotivar a nuestros militantes ni confundir a nuestros simpatizantes. Quienes han sido el soporte fundamental de nuestra permanencia política por setenta años y han sido pacientes para esperar a que nuestras propuestas fructifiquen en las urnas.
Por experiencia. Aliados al PRD, ya fuimos parte de precipitaciones electoreras que resultaron perdedoras. Las que fueron exitosas en las urnas, resultaron un completo desastre en el gobierno: Nayarit y Chiapas, donde los gobiernos hicieron más mal que bien, y donde decepcionamos a muchos ciudadanos que habían creído en nosotros.
Por recomendación de nuestros fundadores. Gómez Morin nos enseñó que no podemos consentir el bien mal hecho porque es peor que el mal y aniquila la esperanza. González Luna nos advirtió que no debíamos arriesgar el destino de México en un episodio electoral. Una alianza del PAN con el PRD equivale a hacer mal el bien y representa un riesgo cortoplacista.
Coaliciones, ¿estrategia o tentación?
Estas conclusiones —a las cuales no he arribado solo, sino auxiliado por el pensamiento y la palabra de muchos compañeros— hacen posible pensar que, últimamente, el PAN no ha cumplido del todo con su tarea de formar líderes y construir una estructura que hoy le permitan competir al mejor nivel. Por lo tanto, las coaliciones se presentan como un atajo para alcanzar los resultados electorales que no se ha sabido construir avanzando por el camino recto del trabajo cotidiano.
Para evitar caer en esta tentación, es necesario asegurarnos que todas las coaliciones cumplan con los requisitos que garantizan su validez democrática, principalmente el de estar firmemente cimentadas en un proyecto con alcances postelectorales. Sólo así podremos hacer que las coaliciones fortalezcan institucionalmente a los partidos y se conviertan en un factor de cambio positivo y democratizador para la sociedad mexicana.
Aunque cada estado tiene sus particularidades políticas, pesa un factor común a todos los militantes: existe una gran inquietud y serias dudas sobre la congruencia de aliarse con el partido de la Revolución Democrática. Dudan, y con sobrada razón, de su sinceridad democrática.
Ya he dicho en reiteradas ocasiones que las coaliciones electorales son una opción válida en democracia. Que son una oportunidad para evitar confrontaciones estériles por razones ideológicas, para privilegiar las coincidencias por encima de las diferencias programáticas. Pero he insistido también en que sólo es ético recurrir a ellas cuando las inspira una causa superior de bien común y no una ambición de poder, el precipitado deseo de suplantar un régimen establecido o un simple revanchismo político.
Sostengo que Acción Nacional —mi partido— no puede traicionarse a sí mismo empeñando el futuro del pueblo, ni el propio, en una aventura electoral con el Partido de la Revolución Democrática, cuyos militantes merecen mi respeto en tanto personas, pero que como organización partidaria son un riesgo para la consolidación democrática de México. Y argumento por qué:
Por congruencia con nuestra trayectoria. Tenemos un programa de acción sustentable, cimentado en una doctrina humanista, que no es compatible con el programa populista y demagógico, carente de principios, del PRD. Somos un partido de exigencias máximas que para ganar una elección busca convencer a los ciudadanos, persuadir su voluntad en favor de nuestras propuestas y nuestros candidatos. No espera victorias acumulando fuerza política bruta con un partido que sólo de eso dispone para ganar.
Por respeto a nosotros mismos y a la vida institucional de México. El 2006 ganamos la Presidencia de la República en las urnas. Lo hicimos sin alianza electoral, con el esfuerzo de nuestros militantes y el respaldo de los ciudadanos. Hoy es día en que el PRD y quien fue su candidato perdedor, no sólo no reconocen nuestro triunfo, sino que han llamado “espurio” al presidente Felipe Calderón, se niegan a reconocer su investidura y sistemáticamente se oponen a sus iniciativas y a las del PAN en el Congreso Federal.
Por sentido de responsabilidad. No podemos sumar nuestro esfuerzo a un partido que sin recato suele violentar la ley y el orden para imponer su voluntad; que ha justificado acciones violentas como las de la APPO en Oaxaca. O que ha sido solidario con movimientos armados como el EPR o el EZLN. Por algo Felipe Calderón se refirió a ése partido y a su excandidato presidencial como “un peligro para México”.
Por elemental sentido común. Para no desmotivar a nuestros militantes ni confundir a nuestros simpatizantes. Quienes han sido el soporte fundamental de nuestra permanencia política por setenta años y han sido pacientes para esperar a que nuestras propuestas fructifiquen en las urnas.
Por experiencia. Aliados al PRD, ya fuimos parte de precipitaciones electoreras que resultaron perdedoras. Las que fueron exitosas en las urnas, resultaron un completo desastre en el gobierno: Nayarit y Chiapas, donde los gobiernos hicieron más mal que bien, y donde decepcionamos a muchos ciudadanos que habían creído en nosotros.
Por recomendación de nuestros fundadores. Gómez Morin nos enseñó que no podemos consentir el bien mal hecho porque es peor que el mal y aniquila la esperanza. González Luna nos advirtió que no debíamos arriesgar el destino de México en un episodio electoral. Una alianza del PAN con el PRD equivale a hacer mal el bien y representa un riesgo cortoplacista.
Coaliciones, ¿estrategia o tentación?
Estas conclusiones —a las cuales no he arribado solo, sino auxiliado por el pensamiento y la palabra de muchos compañeros— hacen posible pensar que, últimamente, el PAN no ha cumplido del todo con su tarea de formar líderes y construir una estructura que hoy le permitan competir al mejor nivel. Por lo tanto, las coaliciones se presentan como un atajo para alcanzar los resultados electorales que no se ha sabido construir avanzando por el camino recto del trabajo cotidiano.
Para evitar caer en esta tentación, es necesario asegurarnos que todas las coaliciones cumplan con los requisitos que garantizan su validez democrática, principalmente el de estar firmemente cimentadas en un proyecto con alcances postelectorales. Sólo así podremos hacer que las coaliciones fortalezcan institucionalmente a los partidos y se conviertan en un factor de cambio positivo y democratizador para la sociedad mexicana.
martes, 2 de febrero de 2010
Se los dije: Beltrones va
“Cada vez que un hombre mira con codicia un cargo,
una podredumbre inicia en su conducta”
Thomas Jefferson
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una podredumbre inicia en su conducta”
Thomas Jefferson
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La candidatura presidencial de Manlio Fabio Beltrones ya es una realidad. Este jueves 28 de enero, ante la pregunta de si buscará ser candidato presidencial, el sonorense respondió a Carmen Aristegui: “decir que no me gustaría sería falso y no quiero caer en una actitud hipócrita al respecto””.
Añadió que contendrá por la candidatura si las condiciones de la política nacional y dentro del Partido Revolucionario Institucional así se lo permiten. “Esperaré hasta 2011 y tomaré mi decisión”, añadió Beltrones, lo cual podría interpretarse como cautela sólo si viniera de otra persona; tratándose de Manlio Fabio lo más probable es que sea uno más de sus embelecos de prestidigitador político.
Lo único que me sorprendió del autodestape del senador es que la prensa lo difundiera como una noticia. Desde hace años que esta candidatura se ha venido consolidando de manera soterrada, casi clandestina, muy al estilo de Beltrones.
Aprovechándose de la poca prudencia del gobierno federal —que tantos privilegios le ha concedido, fortaleciendo a su más peligroso contrincante— y de la corta visión de muchos analistas y políticos, el más destacado aprendiz de Gutiérrez Barrios ha tejido redes de apoyo político no sólo en las estructuras de su partido, sino dentro de la propia arquitectura del Estado.
Desde hace años he sabido de este furtivo proyecto y que su éxito sería letal para nuestra democracia. Si Manlio Fabio Beltrones llega a reinar desde la silla presidencial, el más oscuro autoritarismo, el espionaje, la represión y la visión policiaca de la política se apoderarán de nuestra vida pública.
Los peores males de la política vienen de la mano de la precipitación, del apresuramiento, de lo que coloquialmente llamamos “prontismo”. Fijar una posición apresuradamente y sin dejar tiempo para prever los acontecimientos, leerlos e interpretarlos, puede tener consecuencias fatales. Para comprobarlo, basta con preguntar a todos quienes ignoraron durante años las intenciones presidenciales de Beltrones y hoy no les basta el día para arrepentirse de haberlo encumbrado.
Por ello, en 2008 publiqué mi primer libro “Señal de Alerta, advertencia de una regresión política”. Cumpliendo con un deber cívico y asumiendo los riesgos que conlleva señalar a un hombre como Manlio Fabio Beltrones, escribí que “se le ha permitido acumular un enorme poder que utiliza para codirigir la política nacional y fortalecer sus posibilidades de llegar a Los Pinos como titular del Ejecutivo Federal en 2010, o de colocar ahí a quien sirva a sus intereses”.
También afirmé que “en la expectativa de que apoye al gobierno, se le han concedido atribuciones que otros no tienen y que se antojan desproporcionadas al fin pretendido, como darle el carácter de gestor de recursos y puestos a cargo del Ejecutivo Federal y permitirle disponer de ellos para favorecer a gobiernos municipales y estatales a conveniencia de su proyecto”.
Indiqué de manera explícita que se incurre en “una equivocación del Ejecutivo al encumbrar a ciertos personajes que han dañado al país en el pasado aún reciente y otorgarles un poder que puede ser usado en su contra, o de Acción Nacional… El Presidente sabe de las ambiciones de Manlio, a quien conoce como enemigo del PAN; así consta en estas páginas, cuyo contenido es mi argumento para prevenir una regresión, no al viejo sistema político que ya se fue, sino al método unipersonal de gobierno absolutista y omnímodo a partir de personaje que no conoce otra forma de ejercer el poder que no sea desde sí mismo y no de las instituciones. Ya lo está demostrando desde ahora, sin siquiera tener el poder formal”.
Así que no nos engañemos: si hoy Manlio se permite anunciar sus intenciones presidenciales es porque ha consolidado una base de poder que le permite hacerlo; y ese poder no lo ha construido él, se lo han brindado de manera imprudente a cambio de apoyos a reformas legislativas que nunca llegó a concretar.
En cada una de las más de 30 presentaciones de Señal de Alerta tuve que soportar que alguien descalificara, a veces hasta de manera condescendiente, la tesis de que Beltrones buscaría ser candidato a la presidencia.
Me argumentaron que su imagen es demasiado tenebrosa, su desprestigio demasiado pesado, sus antecedentes demasiado escabrosos. Se dijo que su inteligencia —lo único brillante en su oscura personalidad— le impediría considerar ese objetivo porque sabía que le era imposible alcanzarlo. Y, pesar de todo, Beltrones va y va con fuerza.
Manlio había estado engañando a la clase política y al pueblo de México y jugando con Enrique Peña Nieto, disfrazando sus intenciones. Pero el tiempo de fingir ha pasado. Hoy sabemos que buscará ser Presidente y que incluso si permite a Peña Nieto llegar a “la grande”, será sólo para que presida el país bajo su pesada sombra.
Cerrar el paso al autoritarismo
En la portada de mi libro está una fotografía en la que Felipe Calderón, con la banda presidencial al pecho, toma la mano de Manlio Fabio Beltrones tras tomar posesión. Elegí esa imagen para advertir que lo peor que le podría pasar a México sería verla hecha espejo en diciembre de 2012. Imaginar las Fuerzas Armadas, las policías, el CISEN, la hacienda pública y la conducción política del país en las manos de Manlio Fabio Beltrones dibuja el escenario de una catástrofe.
La advertencia está hecha, una vez más, y espero que esta vez sea escuchada. Todo ciudadano honesto tiene el deber irrenunciable de oponerse a Manlio Fabio Beltrones. Si detentando el poder informal ha causado tanto daño, con el poder formal en sus manos Beltrones firmaría el certificado de defunción de la democracia mexicana.
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