miércoles, 28 de abril de 2010

¿Quién informa al Presidente?

Si la información es poder, el presidente Felipe Calderón actúa con base en un poder errado, dubitativo, probada y repetidamente fallido. Muy a su estilo, reacciona –que no acciona– ante información falsa o malintencionada, en casos de gran sensibilidad para la sociedad mexicana.

El discurso de Calderón se alimenta de la tarjeta improvisada o maledicente, de la frase susurrada en un momento de prisa, de la mentira que busca eludir la responsabilidad personal pero que permite demostrar que es él quien tiene el poder. Ausente está la información ponderada y exhaustivamente comprobada, la única que debe llegar a los ojos de un jefe de Estado.

Discurso presidencial probado y comprobado

Lo único probado y comprobado sobre el discurso presidencial es que no se trata de una fuente de confiable. A la crisis económica se suma una de credibilidad: la palabra de Felipe Calderón se ha devaluado más que el peso.

Incluso dentro del área toral de la administración Calderonista, la seguridad pública, se habla y se decide con base en información falsa.

Pocas veces el discurso presidencial ha sido tan dañino socialmente como cuando Felipe Calderón acusó de ser pandilleros a un grupo de estudiantes y deportistas ejemplares, tan sólo porque fueron asesinados en el principal frente de batalla de su guerra contra el narcotráfico, Ciudad Juárez. Al dolor de haber perdido a sus hijos, las familias de Villas de Salvárcar añadieron el de ver manchada su memoria desde el podio presidencial.

Dolor e indignación similares experimentaron los seres queridos del agente aduanal Francisco Serrano, actualmente desaparecido, cuando Calderón afirmó falsamente que había muerto. Por este terrible yerro, vimos por primera vez que Los Pinos desmintió en comunicado oficial al Presidente. De dar pena.

Se ha comprobado que se declaró la guerra al narcotráfico con base en datos inflados por interés o ignorancia: ni el consumo ni la violencia habían crecido tanto como dijo el gobierno. Los datos duros, por el contrario, muestran que el robo, el asalto, el secuestro, afectaban al pueblo mexicano mucho más que los narcotraficantes. El peor derramamiento de sangre sobre territorio nacional en un siglo es consecuencia de información no comprobada.

Recientemente el presidente dijo que 90% de los caídos en la guerra son delincuentes y el resto inocentes. Esta aventurada declaración recibió críticas a diestra y siniestra: ¿qué autoridad investigó y juzgó a esas 22,700 personas? ¿Qué información justifica que el presidente los sentencie ante la opinión pública?

Otro caso muy sonado fue cuando el presidente tomó por cierto que Rafael Muñoz, ex delegado de la SEMARNAT en Quintana Roo, incurrió en irregularidades. Sin el debido proceso administrativo, sin investigación alguna ni otorgar a Muñoz la justa oportunidad de defenderse, el presidente lo despidió sorpresivamente durante la celebración de un evento público. En las siguientes semanas se hizo escarnio de él. Dos años después, tras averiguaciones serias y aportación de pruebas, Rafael Muñoz mantiene su honorabilidad plenamente acreditada. Sin embargo, el golpe recibido por una reacción desmedida de Calderón fue brutal e inmerecido.

En lo personal, he padecido reiteradamente las consecuencias de que el presidente actúe de manera acelerada e irreflexiva ante cualquier rumor. Aunque no fue la primera ni la última vez, narro una anécdota que ejemplifica el actuar de Felipe Calderón.

Tres años atrás, durante una gira por España a la que me llevaron mis obligaciones como presidente de una organización internacional, encomié la valentía que Felipe Calderón mostró al enfrentar al crimen organizado. Contrastando con el presidente español que buscaba acordar con terroristas, dije que los mexicanos sentíamos orgullo porque nuestro líder no negociaba con los delincuentes, sino los combatía.

Días después Calderón llegó a España. Alguien le dijo de manera malintencionada que el suscrito había estado el día anterior en esas tierras intentando sabotear su gira y enemistarlo con el gobierno ibérico. El presidente dio crédito a ese rumor, sin pararse a comprobar lo que realmente dije. Como consecuencia, por meses sufrí una campaña de desprestigio mediático dirigida desde las oficinas de comunicación de Los Pinos.

Política es palabra

Decía Carlos Castillo Peraza que política es palabra que se ofrece, que se empeña, que sirve de puente para el diálogo y el encuentro entre diferentes.

Pero la política es palabra, también, negativamente. Palabra irreflexiva, palabra airada, palabra lanzada bajo el influjo de la cólera, que no se basa en la información comprobada, sino en el impulso emocional.

Quiero pensar que gran parte de estos yerros no son atribuibles a Calderón, pues el principal afectado es él. Después de todo, sus altas responsabilidades hacen necesario que tenga un equipo que le supla de información, que puede estar interesado en utilizar el podio presidencial para su beneficio.

En los asesores de Los Pinos, el comunicador del Presidente, en quienes recaban inteligencia desde la SEGOB y desde el aparato procurador de justicia, en su equipo de discursos, hay intrigas palaciegas e intereses del más alto –y más bajo– nivel.

Urge acabar con esta incertidumbre. No es coincidencia que la disciplina, la ponderación y la mesura sean sello del hombre de Estado, pues uno de sus deberes primarios es generar confianza en su pueblo, utilizar su tribuna para motivar y guiar a los mexicanos. Ese objetivo jamás será logrado mientras el dato falso sea el cimiento de la palabra presidencial.

lunes, 19 de abril de 2010

Monopolio político

En días recientes Felipe Calderón honró una promesa de campaña y presentó una iniciativa de ley contra los monopolios. Aunque dicho esfuerzo legislativo cuenta con nimias posibilidades de superar la oposición del Poder Legislativo y la fortaleza de los intereses que busca limitar, es una paradoja que un gobernante pretenda combatir los monopolios en la vida económica mientras intenta construirlos en la vida pública.

Compartir el poder

Ciertamente, el Partido Revolucionario Institucional ha sido el principal monopolizador político de la historia mexicana. En el apogeo del priato el poder estaba de manera terminantemente exclusiva en las filas del tricolor.
Sin embargo, durante los últimos sexenios varios presidentes —casi todos obligados, algunos pocos motu proprio— fueron cediendo espacios a la sociedad y a diversos grupos políticos. Incluso los últimos mandatarios priistas, sobre todo Ernesto Zedillo, aprendieron a compartir el poder. Durante el sexenio de Vicente Fox, la sociedad mexicana tuvo posibilidades inéditas de participar, de decidir, de ejercer su potestad sobre el rumbo de la nación.
Este lapso democrático duró demasiado poco: no podemos dudar que el calderonato ha intentando denodadamente monopolizar la vida política mexicana. En su sexenio muchas de las herramientas de control que ya creíamos muertas retornaron con renovado vigor a la política mexicana.
Afortunadamente, hoy la sociedad y la clase política ya no están dispuestas a regresar los espacios que tantos años les costó ganar. Así, los intentos monopolizadores de los calderonistas se han limitado a un coto de poder político: el Partido Acción Nacional.

El mando unipersonal

Si el monopolio es esencialmente la ausencia de competencia, hoy el PAN padece uno que se ajusta exactamente a la definición del término: todo el mercado político está acaparado por un único ofertante.
En poco más de dos años, la tradición democrática construida durante décadas fue relegada. Los panistas siempre nos habíamos enorgullecido de estar forjados en la dura fragua de la competencia interna fraterna y apasionada, de contiendas equitativas entre hombres y mujeres libres e iguales. Hoy, ese ánimo de competir prácticamente ha muerto.
El gran monopolizador indica quién ha de ser candidato, quién ha de ocupar un cargo en la dirigencia partidista, quién ejerce el poder subrogado que él le concesiona. El veto, la designación directa, la ausencia de consulta a los militantes, hoy son métodos habituales.
Si acaso, de manera escenográfica se simulan competencias y se manipulan procesos, en los que todos conocen quienes habrán de ser no los ganadores, sino los concesionarios.

El buen demócrata por su casa empieza

Del recurrente afán de sometimiento del partido muy pocos se salvan. La excepción a la regla ocurre donde los panistas logran hacer valer su mística democrática. Es el caso de la elección de candidato a gobernador de Chihuahua donde la postulación no fue un "dedazo" sino la libre postulación a cargo de la sociedad y los militantes del PAN. Ahí se engrandecen Acción Nacional y su abanderado.
Porque un partido digno y libre enriquece a la vida social en su conjunto e irradia sentido cívico y espíritu participativo a todos los ciudadanos, también a los que no son militantes, ayudando a represtigiar la política. Porque sólo a través de una relación democrática entre gobierno y partido se podrá forjar un estilo humanista de ejercer el poder, para hacer una nueva historia.

lunes, 12 de abril de 2010

Fracaso anticipado de las coaliciones

Una coalición electoral sustentada en los valores de la democracia es una herramienta completamente legítima, que puede allanar el camino hacia transformaciones políticas y sociales de la mayor trascendencia histórica.
Sin embargo, las coaliciones que se proyectan para los próximos procesos electorales son un galimatías que pocos entienden y emblema del deterioro de los partidos, que optaron por la promiscuidad ideológica. En la mayoría de los casos, estos amancebamientos se han construido al vapor, sin tomar en cuenta a las militancias de los partidos ni la opinión de la sociedad, con base en decisiones cupulares que sólo responden a un interés: tomar el poder por asalto.
Quizá lo más grave es que algunas de esas alianzas no tienen un proyecto que las sustente y que las dote de objetivos políticos y gubernamentales loables, de propuestas que despierten interés en la ciudadanía. Por ello, es posible augurar que, incluso en el remoto caso de que alguna coalición triunfe en las urnas, en lo político serán un fracaso para los partidos.
Por ejemplo, si las coaliciones que encabezan Rafael Moreno Valle y Miguel Ángel Yunes, en Puebla y Veracruz, obtuvieran una mayoría de votos, el triunfo político sería reclamado por Elba Esther Gordillo con quien, sin razón, el presidente Calderón se siente en deuda.
Ciertamente, Rafael Moreno Valle realmente ha mostrado una adhesión legítima y un compromiso con Acción Nacional. Sin embargo, lo más probable es que los partidos coaligados estén trabajando por un improbable éxito cuyo mérito les sería negado y tan sólo serviría para acrecentar el poder de “La Maestra”.
En el caso de Oaxaca, si la alianza prevalece electoralmente Andrés Manuel López Obrador y Gabino Cué se arrogarán todo el crédito. Con ello, nuestro presidente, Felipe Calderón, vería fortalecerse a su principal detractor, quien ni siquiera lo ha reconocido como primer mandatario.
En Sinaloa el éxito de la alianza acarrearía graves consecuencias. De triunfar la alianza encabezada por Mario López Valdez, “Malova”, el gran ganador sería el ex gobernador priísta Juan Sigfrido Millán. Además, el crimen organizado despejaría su campo de maniobra.
El paisaje político de Chihuahua tampoco es muy halagüeño, pues las cúpulas han mostrado su alejamiento de las militancias de los partidos. En una acción que hoy resulta sorprendente, el PAN eligió un candidato panista, un hombre formado en el humanismo político y electo en un proceso democrático digno de las mejores tradiciones blanquiazules. Sin embargo, no cuenta con el apoyo del Comité Ejecutivo Nacional ni de Los Pinos. Retos similares enfrenta el candidato del PRI, quien también es un militante que ganó con todas las de la ley y aún así carece del respaldo de su gobernador.
En Tlaxcala, la militancia de Acción Nacional sufrió la cruda imposición de una candidata desde Los Pinos, causa suficiente para vaticinar una derrota. En Aguascalientes, vemos a un gobernador panista apostado abiertamente por el PRI. Así de contaminado está el ambiente político.
Por todo ello, las alianzas no rendirán fruto alguno para el PAN y el PRD; a pesar del desgaste que han sufrido para consolidarlas, no verán fortalecidos su prestigio, su vida interna y —mucho menos— su militancia.

Pérdida de los partidos, ganancia de los ciudadanos

La gran lección que las alianzas brindarán a los partidos es que necesitan urgentemente fortalecer la ideología que los hace distintos y distinguibles ante el electorado, así como el talante ético de sus candidatos y su democracia interna.
Para los ciudadanos sin partido, la lección es otra: este panorama abre la oportunidad de impulsar una visión más social de la arena electoral. El desprestigio del sistema de partidos debe servir como catalizador para que el ciudadano incline la balanza del sistema político a su favor. Los mexicanos pueden ganar, influir decisivamente en la conformación de perfiles, en la designación de candidatos, en la demanda de proyectos que den rumbo y claridad a la oferta electoral.
La oportunidad está allí. Si ya se conformaron estas alianzas fallidas de origen, no profundicemos en el error desaprovechando las oportunidades que su fracaso brindará a nuestro sistema político.