martes, 15 de diciembre de 2009

¿Por qué no escucha Felipe Calderón?

Considero importante informar sobre mis acciones públicas, dejar que se conozca mi pensar y mi sentir. Al presidente de México quise informarle de mis actividades que como presidente de una organización internacional podrían ser de su interés. También busqué la ocasión para compartirle puntos de vista sobre el acontecer nacional. Como habitante de Ciudad Juárez pretendí hacerle partícipe de cuanto ocurre en esta frontera atormentada por la violencia. Nunca tuve respuesta, en ningún sentido.

Por ello, ante la desesperación de mi comunidad que clama atención del Presidente, le envié una carta abierta en días pasados. Sin dirigirse a nadie en particular, como quien manda una carta sin destinatario, Calderón fustigó públicamente a los “ingenuos” que piden que el Estado deje de combatir al crimen organizado. Expresó que el problema no se resolverá por arte de magia y advirtió que sostendrá su estrategia.

Analistas y columnistas diversos interpretaron que el mensaje del Presidente era la respuesta a mi carta que sí tenía destinatario con nombre y apellido, el del jefe de las instituciones nacionales. Yo seguiré esperando la respuesta, a mi nombre, de Felipe Calderón Hinojosa.

Espero también que la Secretaría de Gobernación se abstenga de mandar mensajes a los directivos de los medios de comunicación para que dejen de publicar mis colaboraciones o declaraciones que incomodan al gobierno federal. Como ocurrió esta misma semana para sofocar la polémica que desató la imprudente expresión de Calderón para justificar su guerra fallida.

Con frecuencia escucho decir a quienes se acercan al Presidente, que éste no escucha, que no le gusta oír opiniones que parezcan confrontar las propias. Esas versiones parecen confirmarse con la indiferencia del primer mandatario de los mexicanos a las voces de los juarenses que piden su presencia para revisar juntos la estrategia y coordinar acciones para alcanzar la paz. Uno se pregunta ¿por qué no escucha Felipe Calderón?

Apoyo a la decisión presidencial

Desde que era presidente del PAN y ahora como presidente de la ODCA he manifestado mi apoyo a la guerra contra la delincuencia organizada declarada por el presidente Calderón. En todos los foros que he pisado, nacionales y extranjeros, ese apoyo ha sido evidente, público y publicado. Sin duda, tenemos un presidente valiente.

Sin embargo, desde hace ya año y medio comencé a advertir la necesidad de revisar la estrategia. Y en esto hay que ser muy claros: jamás he pedido que las fuerzas federales se rindan o entreguen la plaza. No solicité que el Estado se retire de esa lucha, como ha sugerido el Presidente. El esfuerzo debe seguir. Apoyo la decisión del presidente de combatir la delincuencia organizada, lo que ya no reconozco es la pertinencia y eficacia de la estrategia.

Tampoco solicité retirar el Ejército, pues reconozco y admiro su valor, su indudable capacidad y su lealtad republicana. Tengo la certeza de que los más dignos integrantes del Estado mexicano portan el uniforme castrense.

Debo señalar que me parece miope insinuar que quienes dudamos de la ofensiva gubernamental beneficiamos a los delincuentes. Todo lo contrario. Seguramente los más contentos con la actual estrategia son los criminales, porque les permite delinquir a sus anchas.

Recurrí al método de la carta abierta porque estamos ante un asunto urgente y mis reiteradas solicitudes de reunirme con el Presidente o con el Secretario de Seguridad Pública Federal no han recibido respuesta. En la ODCA hemos expresado repetidamente nuestra voluntad de colaborar y de poner a disposición del gobierno expertos de diferentes países, incluso elaboramos un documento altamente propositivo y lo enviamos de manera oficial, “101 acciones para la paz”. Es claro que nuestras iniciativas y propuestas no han caído en suelo fértil.

No es una expresión política, sino ciudadana

Mis motivos para pedirle al presidente un cambio son los mismos de millones de mexicanos. No hice esa carta como miembro de un partido: la hice como ciudadano y como padre de familia. No se trata de un acto político, sino una necesidad de vida o muerte.

Mi carta no expresa sólo una visión personal, sino el dolor humano y la indignación de grandes sectores de la población. Como bien dijo el gobernador de Chihuahua, José Reyes Baeza, mi carta expresa el sentir de muchos juarenses.

No repito el rosario de calamidades que hemos atestiguado y padecido, sólo les pido que hablen con sus conocidos de Ciudad Juárez y de todas las comunidades agobiadas por la violencia para que ellos personalmente les digan lo que realmente está pasando, el tributo de sangre y miedo que estamos pagando por el empecinamiento de sostener una estrategia fallida que, por la pertinacia presidencial puede tornarse suicida. Más allá de los spots de optimismo, más allá de las declaraciones políticas vehementes de Calderón, hay una tragedia cotidiana que está desgarrando el rostro de varios estados de la República.

¿Sabe la verdad el presidente?

Temo que le estén ocultando información al Presidente. Pareciera no conocer la gravedad que han alcanzado no sólo las ejecuciones, sino también la violencia generalizada y cotidiana. Algunos creen que el Presidente es insensible al dolor de los ciudadanos honestos que son víctimas colaterales de la guerra que él inició; yo espero que no sea así. Espero, por el contrario, que la información no esté fluyendo a causa de sus subordinados.

Estoy seguro de que si Felipe Calderón realmente conociera el trágico saldo humano de la guerra contra el crimen ordenaría cambiar la estrategia ipso facto. Por ello, tengo razones para desconfiar de algunos funcionarios que tienen el deber de informarlo.

Mi deber como ciudadano, como panista y como hombre, es hablarle al presidente con la verdad. Quizá otros ya le agarraron gusto a la mordaza, por conservar sus cargos o por conveniencia política. Ese no es mi talante. Mis principios políticos y personales me obligan a informarle a nuestro presidente qué es lo que está sucediendo.

No queremos que al “haiga sido como haiga sido” se sume un “cueste lo que cueste”, porque esta guerra ha costado demasiada sangre, demasiados muertos, demasiado dolor. Y no hablo sólo de los criminales, sino de las víctimas de las balas perdidas, de los inocentes atrapados en el fuego cruzado, de quienes ven esfumarse su patrimonio y su tranquilidad por el secuestro y la extorsión.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Ciudad Juárez: violencia que no se desea a México

El 8 de diciembre de 1659 un puñado de hombres vaticinó para estas tierras septentrionales un futuro promisorio y, en un acto de esperanza, fundó el cimiento histórico, espiritual y político de Ciudad Juárez: la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Río del Norte. Pudo más su fe en los primeros habitantes de la frontera que lo agreste del paisaje y la crudeza del invierno.
350 inviernos después, Ciudad Juárez se ha convertido en una tragedia que simboliza y aúna todas las tragedias que padece nuestra República, en un emblema nacional e internacional de los yerros de la estrategia contra el crimen organizado y de las amenazas a la viabilidad del Estado mexicano y al futuro de la patria.
La frontera fuerte
Ciudad Juárez es una comunidad con una vocación laboral reconocida internacionalmente. En las últimas décadas, su nivel de desempleo siempre ha sido de los menores —y muchas veces el menor— de todo México. Esta bonanza ha hecho de la ciudad una tierra de promesas casi siempre cumplidas para migrantes de todo el país y también del extranjero, catapultando a Chihuahua a los primeros sitios de productividad entre los estados de la República.
Al tener afianzadas raíces culturales en varios países y en miles de comunidades mexicanas, los juarenses hicieron de la hospitalidad y el respeto a la diversidad sus valores esenciales. Por ello, forjaron una sociedad que se distingue por su pluralidad y su tolerancia ante las variadas expresiones religiosas, sexuales y políticas del ser humano.
El éxodo del miedo
Considerando estos brillantes antecedentes, ¿cómo se explica que 3 mil familias hayan abandonado Ciudad Juárez durante este año para irse a vivir a El Paso, Texas? Repito la cifra por su peso y su dureza: 3 mil familias han emprendido un éxodo de miedo y desesperanza.
La primera parte de la respuesta está en otro dato, igualmente desgarrador: Ciudad Juárez es la comunidad más violenta de todo el mundo.
En un estudio conducido por el Consejo Ciudadano Para la Seguridad Pública, bajo el reconocido indicador internacional de “homicidios por cada 100 mil habitantes”, en 2008 Ciudad Juárez ocupó el primer lugar, con 130, seguida por Caracas, con 96, y Nueva Orleans, con 95.
La segunda parte de la respuesta se encuentra en un acto de gobierno: la declaración de guerra al crimen organizado hecha por el presidente Felipe Calderón.
Aunque Ciudad Juárez ha sido desde hace décadas el campo de batalla en el que diversos grupos del crimen organizado dirimen sus diferencias, la violencia que ejercían era mucho menor a la actual. Antes de la guerra el promedio de ejecuciones era alto y evidenciaba una crisis: 6 diarias. Sin embargo, la gran mayoría de la población no padecía sus consecuencias.
Ese promedio no sólo se ha disparado (durante el presente año aproximadamente 13 personas han sido ejecutadas diariamente), también lo han hecho los delitos que verdaderamente agravian al grueso de los ciudadanos.
El delito del secuestro no se ha duplicado o multiplicado en un 100 o un 200 por ciento. No, según datos extra oficiales, desde que el presidente Calderón inició su campaña bélica el secuestro en Ciudad Juárez se ha multiplicado en un 5 mil por ciento. No sólo las personas ricas temen al secuestro, miles de personas de clase media y clase baja han sido arrebatadas a sus familiares. Es por ello que las calles se encuentran desiertas a partir de las siete de la tarde y aun durante el día muchas personas optan por no salir de sus hogares.
En las cifras de extorsión no hay comparativo alguno: este delito era prácticamente inexistente y hoy son pocos los juarenses que no lo han sufrido. Las víctimas no son únicamente empresarios o dueños de negocios altamente lucrativos, no: personas de todos los estratos sociales lo padecen. Incluso hay padres de familia en zonas populares que han sido obligados a pagar para que las escuelas hijos no sean ametralladas.
Por ello, en este aniversario de la fundación de la ciudad los juarenses enfrentamos un futuro de incertidumbre y riesgos sin precedentes.
En el horizonte acechan una serie de riesgos inconmensurables. El riesgo del colapso económico, injustificable en una comunidad que siempre se distingue por capacidad productiva de clase mundial. El riesgo del colapso político y de la arquitectura del Estado, que se agravará en caso de que se celebren las elecciones locales programadas para el próximo año. Y —lo más grave de todo— el riesgo de colapso social, alimentado por la escasa convivencia que hay en la ciudad.
Esta agenda de riesgos no es privativa de Juárez. En menor grado, todo México los enfrenta.
El cambio urgente
Hace año y medio declaré que el gobierno federal debería revisar la estrategia de combate al crimen organizado. De manera respetuosa, sugerí considerar la posibilidad de cambiar el rumbo y atacar al crimen organizado con un método más efectivo y menos costoso en términos humanos.
Hoy ese señalamiento ya no es sólo una sugerencia, es una demanda de todos los habitantes de la frontera, una exigencia que nace de los evidentes resultados de esa guerra. Me preocupa que el presidente Calderón no vea lo que para todos está a la vista: estamos ante una guerra fallida, ante un estéril y vano derramamiento de sangre.
No cambiar la estrategia y persistir en el enfrentamiento me parece una necedad, una acción que no se justifica por sus resultados sino tan sólo por empecinamiento y orgullo. Y para mantener intacto ese orgullo los ciudadanos pagan con sangre, rinden un tributo de muerte y desesperanza.
Reitero que me parece loable la decisión presidencial de iniciar esta guerra, pero no así su estrategia; como ciudadano, como padre de familia de un hogar asentado en Ciudad Juárez, los resultados no los agradezco, los deploro.
También me pareció acertado, y hasta patriota, anunciar que estábamos ante una guerra que iba a costar vidas. No sabía que serían tantas. Hoy pregunto, ¿cuántos muertos más, señor Presidente? ¿Cuántas familias más tienen que exiliarse? ¿Otra tres mil? ¿Cuántos niños y jóvenes más tienen que seguir viviendo presas del terror?
Mis hijos ya no pueden salir a divertirse como los muchachos de cualquier ciudad. Ya hemos sido víctimas de asaltos. Hemos escuchado varias balaceras. Amigos míos han sido secuestrados y conocemos personas que fueron ejecutadas. Incluso mi hogar fue invadido por soldados. Y hoy estamos amenazados de secuestro si no pagamos “la cuota”. Esos son los resultados de la guerra contra el crimen que padecemos, el ambiente en el que conmemoraremos este aniversario de la fundación de nuestra ciudad.
Raíces de orgullo y fortaleza
Desde un principio, Ciudad Juárez ha sido, en todos sentidos, una misión.
No es casualidad que esta comunidad haya persistido y prosperado en uno de los ambientes desérticos más agrestes del país. Tampoco que haya prevalecido —solitaria, alejada de los poderes centrales y rodeada de un mar de arena— tras el acoso de los fieros guerreros apaches, el Porfiriato y la Revolución.
Tampoco es casualidad que grandes héroes de la historia patria se hayan nutrido en territorio juarense durante momentos clave de sus luchas. Juárez, Madero, Villa, encontraron en la frontera un lugar para volver a empezar.
No es casualidad porque el carácter nunca es casualidad, porque la fortaleza bárbara de la frontera era, es y seguirá siendo indomable. Seguramente cuando revisemos el actual momento de nuestra historia escribiremos que prevalecimos en una guerra más, esta vez contra la delincuencia organizada. Juárez escribirá otro libro y no será una visión de los vencidos.
Pero la frontera necesita apoyo. Necesita la sensibilidad humana y el respaldo del hombre que desató esta guerra, nuestro Presidente. Necesita un cambio de estrategia que abra camino a la paz y nos permita volver a empezar.